El edén bajo la tierra

Auguste Villiers de l'Isle-Adam



Fragmento de La Eva Futura. Obra de Auguste Villiers de l'Isle-Adam.

MAGIA BLANCA

"Ten cuidado. El que finge ser fantasma, llega a, serlo."

PRECEPTO DE LA KÁBALA

El acento y la mirada con que el electrólogo subrayó aquellas palabras hicieron estremecer a su interlocutor, que le miró fijamente.

¿Estaba Edison en plena posesión de sus facultades? Lo que acababa de anticipar, ¿no sobrepasaba el poder de cualquier inteligencia? Lo más cuerdo era esperar su explicación. Empero, un magnetismo irresistible se había expandido con aquellas palabras. Lord Ewald estaba bajo su influjo y empezaba a presentir un prodigio inminente.

Apartó la vista de Edison y paseó su atención, silenciosamente, sobre los objetos circundantes.

Bajo la luz de las lámparas, que proyectaban una palidez tremenda, aquellas cosas, monstruos de un país científico, tomaban configuraciones inquietantes y magníficas. Parecía el laboratorio un lugar mágico: allí, lo natural tenía que ser lo  extraordinario.

Sospechaba lord Ewald, que la mayoría de los descubrimientos de su amigo eran todavía desconocidos; el carácter constantemente paradójico de aquellos que se habían divulgado, rodeaba a Edison de un divino halo intelectual.

Le miraba como a un habitante de los edenes de la Electricidad.

Al cabo de algún tiempo se sintió presa de sentimientos complejos, donde se entremezclaban el estupor, la curiosidad y una misteriosa esperanza en lo nuevo, Creía que la vitalidad de su ser aumentaba por momentos.

  • Se trata, sencillamente, de una transubstanciación -dijo Edison-. Tengo que tomar ahora mismo algunas medidas. En concreto, ¿aceptáis?
  • ¿Hablabais en serio?
  • Sí. ¿Aceptáis?
  • Sin duda, y os doy carta blanca -añadió lord Ewald, sonriendo con tristeza mundana.
  • Entonces, ¿empiezo? -dijo Edison después de poner sus ojos en el reloj eléctrico-. El tiempo es oro y necesito tres semanas.
  • Os concedo un mes -respondió lord Ewald.
  • No;  soy puntual Aquí son las ocho y treinta y cinco minutos. A la misma hora, dentro de veintiún días, miss Alicia Clary se os aparecerá no sólo transfigurada y con el trato más seductor, sino dotada de la más augusta elevación de espíritu, y esto para siempre, pues será inmortal. Esa necia magnífica no será una mujer, sino un ángel; no una querida, sino una amante. Dejará de ser la realidad y será el ideal

Lord Ewald examinó al inventor con intranquila extrañeza

Este continuó:

  • Os expondré mis medios de ejecución: su resultado es tan maravilloso que las aparentes desilusiones del análisis científico se desvanecen ante su profundo esplendor. Aunque no sea más que para aseguraros de la perfecta lucidez de mi razón, voy esta noche a revelaros mi secreto. ¡Manos a la obra, ante todo! La explicación se producirá a medida que la empresa se efectúe ¿No me habéis dicho que miss Alicia está en este momento en el Gran Teatro de Nueva York?
  • Sí.
  • ¿Cuál es el número de su palco?
  • Siete.
  • ¿No le habéis manifestado el motivo por el cual la dejabais sola?
  • Le hubiera importado tan poco que creí deber callarlo.
  • ¿Ha oído alguna vez mi nombre?
  • Quizá. Pero ha debido olvidarlo.
  • Está bien. Esto es muy importante.

Se acercó al fonógrafo, apartó la aguja; mirando las rayas, hizo girar el cilindro hasta un punto deseado; volvió a colocar aguja y bocina y le puso en marcha.

  • ¿Está usted ahí, Martin'? -gritó el fonógrafo ante el teléfono.

No se oyó contestación alguna.

  • ¡Este granuja se ha echado en la cama! ¡Apuesto a que está roncando! -masculló Edison sonriendo.

Aplicó el oído al receptor de un micrófono perfeccionado.

  • Exacto. Ha tomado su grog tras el postre, y como el cuerpo le pedía una siesta, para que nada le importune, ha quitado la comunicación.
  • ¿A qué distancia se encuentra la persona con quien habláis?
  • Está en Nueva York, en mi cuarto de Broadway.
  • ¿Cómo, desde veinticinco leguas, oís roncar a ese individuo?
  • Aunque estuviera en el Polo, le oiría. ¿Podría decir tanto el duendecillo de mejor oído de los cuento de hadas sin que los infantiles lectores exclamaran " ¡Es imposible! " A pesar de todo, es cierto. En el día de mañana a nadie le ha de extrañar

Para el caso presente debiera utilizar cierta bobina. ¡Sin embargo, no quiero cosquillearle con una descarga! Será mejor recurrir a mi aerófono de alcoba.

Al decir esto aplicó al teléfono la bocina de otro aparato cercano al primero pensando:

  • ¡Mientras en la calle no se encabriten los caballos!

El instrumento repitió la pregunta.

Después de tres segundos, una voz de bajo que acusaba al hombre que se despierta sobresaltado, salió del sombrero de lord Ewald que estaba, por causalidad, en contacto con un condensador suspendido.

  • ¿Hay fuego? -gritó la voz muy asustada.
  • Ya le tenemos en pie... -dijo Edison, enchufando el cordón del primer teléfono.
  • Tranquilícese usted, Martín. Lo que quiero es que llevéis en mano el despacho que voy a transmitiros
  • Espero, señor Edison.

El electrólogo golpeó repetidamente el manipulador del aparato Morse. Cuando terminó de transmitir el telegrama, preguntó:

Lo habéis leído?

  • Sí -respondió la voz-. Voy ahora mismo.

Gracias a un movimiento de mano en el conmutador central del laboratorio la voz repercutió de ángulo en ángulo, por doquier había condensadores. Se hubiera dicho que una docena de personas, ecos fieles unas de otras, hablaban a la vez en el vasto aposento.

  • ¡Traedme pronto la respuesta! -añadió Edison como quien acosa al hombre que huye.
  • Todo va bien -dijo al joven lord, mirándole fijamente.

Luego le espetó con brusca transición:

  • Tengo que advertiros que vamos a abandonar los dominios (inexplicables, pero muy trillados) de la vida propiamente dicha y entraremos en un mundo de fenómenos tan insólitos como impresionantes. Yo os daré la clave de su encadenamiento. En cuanto a explicaros la causa que hace mover los eslabones me declaro incapaz, solidariamente con el resto de la humanidad. (Provisionalmente, cuando menos; y para siempre, quizá).

No haremos más que presenciar. El ser que veréis está en un momento mental indefinido. Su aspecto, aun familiarizados con él, causa siempre alguna alarma. No es que ofrezca peligro físico alguno, pero os advierto que su aparición requiere cierta resistencia a un inevitable desfallecimiento intelectual. Será necesario que estéis en poder de vuestra serenidad y de buena parte de vuestro denuedo.

  • Espero dominar toda emoción -dijo lord Ewald.

MEDIDAS DE PRECAUCION

No esto para nadie. ¿Oís? Para nadie.

DE LA COMEDIA HUMANA

Edison desdobló las persianas y, después de fijarlas, juntó las grandes cortinas. Después de correr los cerrojos de la puerta del laboratorio hubo de encender el faro de señal que con su luz intensa y roja, desde lo alto del pabellón, indica a distancia un peligro para quien se acerque mientras dure la terrible e incógnita experiencia. Por un giro del aislador central quedaron sordomudos todos los inductores micro telefónicos, salvo el timbre que comunicaba con Nueva York.

  • Henos aquí separados del mundo de los vivos,-dijo Edison volviendo a su telégrafo. Con la mano izquierda enchufó algunos hilos mientras seguía trazando enigmáticamente líneas y puntos con la derecha.
  • ¿No lleváis una fotografía de miss Alicia Clary? -preguntó mientras escribía.
  • Aquí está -dijo lord Ewald sacando un cuadernito- en toda su pureza de mármol. Miradla y decidme si mis palabras han exagerado la realidad.

Edison tomó la cartulina y la examinó:

  • Prodigioso. ¡Es la famosa Venus del escultor desconocido! ¡Es más que prodigioso; es estupendo, en verdad! Lo confieso.

Se apartó un poco para tocar el regulador de una batería cercana.

La chispa solicitada apareció en los extremos de una doble barra de platino; vaciló algunos segundos como si buscara adonde huir mientras daba  su graznido extraño y estridente. .

Un hilo azul -unido sin duda a lo inconmensurable- se acercó a ella. La otra extremidad de aquel hilo se perdía bajo tierra.

La mensajera indecisa saltó sobre el elfo de metal Y desapareció. .

Al mismo tiempo se oyó un ruido sordo bajo los pies de los dos hombres. Se adivinaba el rodar de algo grave y encadenado" que subiera desde el fondo de un abismo, quizá desde el centro de la tierra. Podía sospecharse la exhumación de un  sepulcro, arrancado a las tinieblas por los genios, y traído a la superficie terrestre.

Edison conservaba en su mano la fotografía con los ojos fijos en un punto del muro, esperaba, ansioso.

El ruido cesó.

La mano del electrólogo se apoyó sobre un objeto que lord Ewald no distinguía.

-Hadaly -llamó en voz alta,

APARICIÓN

¿Quién se esconde tras ese velo?

(DAS VERSCHLEIERTES BILD ZU SAIS.)

Al pronunciar este nombre misterioso en la extremidad sur del laboratorio, y una sección de muralla giró sobre goznes invisibles y silenciosos, mostrando un estrecho alvéolo labrado en la piedra.

EI esplendor de todas las luces convergió en el interior de aquel hueco.

Caían sobre las paredes cóncavas y semicirculares los amplios pliegues de unas cortinas de moaré negro, desde una bóveda de jade hasta el suelo de mármol blanco. Servían de broche a los pomposos pabellones unas falenas bordadas en oro.

Aparecía bajo el dosel, de pie, un ser que daba la sensación de lo desconocido.

Aquel fantasma tenía el rostro en las tinieblas; a la altura de la frente, una redecilla de perlas sujetaba los frunces de una tela de luto que ocultaba la cabeza.

Una femenina armadura de láminas de plata, blanca y mate, acusaba y modelaba en todos sus matices unas formas virginales y esbeltas.

Las puntas del velo se cruzaban alrededor de una gola de metal y caían sobre los hombros, semejantes a una negra cabellera, hasta los pies.

Una banda de batista negra le ceñía las caderas; abrochada por delante, como una pampanilla, dejaba flotar negras franjas sarpullidas de brillantes.

El relámpago de un arma desnuda y oblicua atravesaba los pliegues de la faja. En su empuñadura se apoyaba la mano derecha de la aparición; la izquierda colgante y laxa sostenía una siempreviva de oro Fijas a los finos guanteletes, brillaban en sus dedos varias sortijas de variada pedrería.

Tras un lapso de inmovilidad, el ser misterioso descendió la grada del solio y avanzó hacia los dos espectadores, lleno de inquietante belleza.

A pesar de su gentil donaire, sus pasos resonaban fuertemente bajo las lámparas, cuyos potentes fulgores reverberaban en su armadura.

Cuando estuvo a tres pasos de Edison y del lord, se detuvo y dijo con voz deliciosamente grave:

-Querido Edison, heme aquí.

Lord Ewald no sabía qué actitud tomar y contemplaba en silencio. Edison respondió:

-Ha llegado la hora de vivir, si queréis, miss Hadaly.

-N o me importa vivir --murmuró una voz detrás del velo.

-Este joven lo acepta por vos.

El electricista puso un retrato de miss Alicia delante de un reflector.

La visión se inclinó ante lord Ewald.

-Sea hecha su voluntad -dijo.

Edison miró al joven. Manejó un interruptor. Una esponja de magnesio se encendió en la otra extremidad del laboratorio.

Un haz de rayos deslumbradores dirigidos por un reflector cavó en un objetivo dispuesto frente a la fotografía de miss Alicia Clary. Encima de la cartulina otro reflector multiplicaba la refracción de los rayos luminosos.

En el objetivo, un cuadrado de vidrio se iluminó en su centro; luego salió por sí mismo de la ranura y penetró en una celdilla metálica que tenía dos aberturas circulares.

El haz brillante atravesó el centro del vidrio por el orificio más cercano y salió por el otro, embocado al cono de un proyector, enviando a una pantalla de seda blanca la luminosa y transparente imagen de una muchacha, estatua carnal de la  VENUS VICTRIX.

-Realmente, parece que estoy soñando –murmuró lord Ewald.

-En esa forma encarnarás --dijo Edison volviéndose hacia Hadaly.

Esta avanzó un poco y contempló la imagen espléndida tras la noche de su velo.

  • iOh! !Qué bella! ... ¡Y obligarme a vivir! –dijo en voz baja como si consigo misma.

Inclinó la cabeza sobre el pecho y con un profundo suspiro añadió

  • Sea, pues.

Se extinguió el magnesio. La visión de la pantalla desapareció.

Edison había extendido la mano a la altura de la frente de Hadaly.

Hubo de temblar ésta un momento. Luego ofreció  sin decir nada, la simbólica flor de oro a  lord Ewald, que la aceptó con un ligero estremecimiento. Con su ademán y porte de sonámbula, hubo de volver al lugar misterioso de donde había venido.

Volviéndose antes de pisar el solio. Después, llevando las dos manos hacia el negro crespón que le cubría el semblante envió a sus evocadores un beso lejano, henchido de gracia adolescente.

Luego desapareció tras las cortinas negras.

La muralla se cerró.

A los pocos instantes se repitió el ruido sombrío desvaneciéndose en las profundidades de la tierra y, al fin, se extinguió

Los dos hombres volvieron a encontrarse solos bajo las lámparas.

  • ¿Qué ser extraño es éste? -preguntó lord Ewald poniendo en su ojal la flor emblemática de miss Hadaly.
  • No se trata de un ser viviente –dijo tranquilamente Edison, fijando sus ojos en los del lord.

PRELIMINARES DE UN PRODIGIO

Sin fósforo, no hay pensamiento posible.


MüLESCHOTT

Lord Ewald, aguantando la mirada ante tal revelación, dudó haber oído bien.

  • Os afirmo que ese maniquí metálico que camina, habla, responde y obedece, no envuelve a nadie.

Lord Ewald siguió mirándole en silencio.

  • A nadie -prosiguió el ingeniero-. Miss Hadaly no es todavía, exteriormente, otra cosa que una entidad electromagnética. Es un ser en el limbo; una posibilidad. Dentro de un rato, si queréis, os descubriré los arcanos de su naturaleza mágica. Aquí tengo -y rogó con un ademán que lord Ewald le siguiera- algo que podrá esclarecer el sentido de mis palabras.

Condujo al joven hasta la mesa de ébano donde habían brillado los rayos de luna antes de la visita.

  • ¿Qué impresión os produce ver esto? -le preguntó mostrándole el nítido y sangrante brazo femenino puesto sobre el cojín de seda violácea.

Lord Ewald contempló, no sin nueva extrañeza, la inesperada reliquia humana.

  • ¿Qué es esto?
  • Miradlo bien.

El joven tomó la mano de aquel brazo.

  • ¡Qué raro! ¿Cómo esta mano está tibia todavía?
  • ¿No encontráis en el brazo algo más extraordinario?

Después de unos momentos de examen, lord Ewald lanzó una exclamación:

  • Confieso que esta maravilla es tan sorprendente como la otra: capaz de turbar al más sereno. De no haber visto la herida no descubriera la obra maestra.

El inglés estaba fascinado. Palpaba el brazo y comparaba su mano con la mano femenina.

El peso, el modelado, la encarnación... ¿No es carne viviente esto que toco ahora? La mía se ha estremecido

  • Esto está mejor hecho que la carne -dijo, sencillamente, Edison-. La carne se aja y envejece: esto es un compuesto de sustancias sutiles, elaboradas por la química para confundir la propia suficiencia de la Naturaleza. ¿Quién es doña Naturaleza, gran señora a quien quisiera ser presentado, de quien todos hablan y que nadie ha visto? Decíamos que esta copiade la Naturaleza -sirvámonos de esta palabra empírica -enterrará al original sin dejar de ser lozana y joven. Antes de envejecer la destruiría el rayo. Esto es carne artificial  y os podré explicar cómo se fabrica, si no queréis leer a Berthelot.
  • ¿Cómo? ¿Decís?
  • Digo que es carne artificial. Y me juzgo inimitable en fabricarla tan perfecta y esmeradamente.

Lord Ewald, lejos de manifestar su turbación volvió a mirar el brazo irreal.

  • Oh, este nácar fluido, el brillo carnal y esta vidaintensa!... ¿Cómo habéis llegado a realizar el prodigio de esta inquietante ilusión?
  • Eso es lo de menos -respondió Edison-. Con ayuda del sol.
  • ¿Del sol? -murmuró lord Ewald.
  • Sí. El sol ha dejado que sorprendamos parcialmente el secreto de sus vibraciones. Después de haber aprehendido el matiz de la blancura dérmica, he llegado a reproducirla por una sabia disposición de objetivos. Esta albúmina solidificada y elástica, gracias a la presión hidráulica, ha venido a sensibilizarse por una acción fotocrómica. Yo tenía un admirable modelo. El húmero de marfil contiene una médula galvánica que está en comunicación constante con una red de hilos de inducción cruzados como los nervios y las venas: esto es lo que entretiene la perpetua producción de calorías que os da esa impresión de maleabilidad y tibieza. Si deseáis saber cómo están dispuestos los elementos .de ese haz; cómo se alimentan, por decirlo así, ellos mismos; cómo el fluido estático se transforma en calor animal, podré describiros la anatomía interna del brazo. Es meramente una cuestión de técnica. Este es un miembro del androide que he de hacer, movida por el estupendo agente llamado Electricidad, que le presta, como veis, todo lo muelle, todo lo diluido, del aspectode la vida.
  • ¿Un androide?
  • Una imitación humana, si queréis. El escollo que hay que evitar es que el facsímil no aventaje físicamente al modelo. ¿Recordáis cuantos artífices han ensayado forjar, simulacros humanos?

Edison reía como un Cabiro en las fraguas de Eleusis

  • Aquellos desgraciados, por falta de medios de ejecución no produjeron más que monstruos irrisorios. Alberto el Grande, Vaucanson Maelzeld, Horner y los demás fueron unos pobres fabricantes de espantapájaros

Sus autómatas son únicamente dignos de figurar en los museos de figuras de cera como repugnantes muestras que huelen a madera, a aceite rancio y a gutapercha. Esas obras, informes, sicofantas, en vez de producir en el hombre el sentimiento de su poderío, no le inducen más que a postrarse ante el dios Caos. Recordad el conjunto de movimientos bruscos y extravagantes, como los de las muñecas de Núremberg; lo absurdo de las líneas y la tez; aquellas fachas de maniquí de peinadora; el ruido del resorte del mecanismo; aquella sensación del vado que nos daban... Esos fantoches abominables horripilan y avergüenzan. En ellos, el horror y la risa están amalgamados en una solemnidad grotesca. Traen a la memoria los manitúes de los archipiélagos australianos o los fetiches de las tribus del África Ecuatorial; semejantes muñecos no son más que una caricatura ultrajante de nuestra especie. Tales fueron los primeros ensayos de androides que se hicieron.

El rostro de Edison se contraía hablando: su mirada fija parecía perdida en imaginarias tinieblas; su voz fue cada vez más breve, didáctica y glacial.

Ha pasado ya mucho tiempo... La ciencia ha multiplicado sus descubrimientos. Los conceptos metafísicos se han sutilizado. Muchos instrumentos identificadores de calcar han alcanzado una precisión perfecta. Los recursos de que dispone el hombre, son muy distintosa los que tuvo antaño. De aquí en adelante, nos será dado realizar fantasmas potentes, misteriosas presencias mixtas, que hubieran hecho sonreír dolorosamente y negar su acabamiento a aquellos precursores a quienes sólo se hubiera insinuado el proyecto. Ante el aspecto de Hadaly, ¿os ha sido fácil sonreír? Sin embargo, por ahora, no es más que un diamante en bruto. No es sino el esqueleto de una sombraque espera que la sombra sea. La sensación que acaba de causaros un miembro de androide femenino, ¿guarda alguna analogía con la que hubierais sentido al contacto de un brazo de autómata? Otra experiencia, ¿queréis apretar esa mano? Quizá os devuelva vuestro saludo.

Lord Ewald tomó los dedos y los apretó leve y tiernamente.

¡Oh, estupor! La mano respondió a la presión con una caricia tan dulce, tan lejanaque el joven pensó que formaba parte de un cuerpo invisible.

Con profunda inquietud se apartó del tenebroso objeto.

Edison dijo fríamente:

Todo esto no es nada, absolutamente nada, os digo,en comparación con la obra posible. ¡Oh, la Obra Posible! Si supierais...

Se detuvo como si quedara anonadado por una idea súbita y terrible que le hiciera enmudecer.

-Positivamente -exclamó lord Ewald mirando a su mirando a su alrededor- me parece estar ante Flamel, Paracelso o a Raimundo Lulio, en tiempos de los magos y alquimistas de la Edad Media. ¿Qué os proponéis, querido Edison?

El gran inventor había quedado muy pensativo: se sentó y puso nueva y preocupada atención en examinar al joven.

Después de unos segundos de silencio dijo:

Milord, acabo de percatarme que con un hombre dotado de vuestra imaginación, la experiencia podría traer un resultado funesto. Estamos en el umbral de una fragua; distinguimos a través de la bruma, el hierro, los hombres, el fuego. Cantan los yunques; los trabajadores del metal que hacen vigas, armas, utensilios, Ignoran el usoreal que se hará de sus productos. Nadie puede precisar la verdadera naturaleza de lo que forja, por aquello de que todo cuchillo puede llegar a ser puñal y que sólo el uso que se hace de las cosas es lo que las bautiza por segunda vez y las transfigura. Lo que nos hace irresponsables es la incertidumbre. Hay que saber conservarla, pues. Sin ella, ¿quién osaría acometer empresa alguna? El obrero que funde una bala, dice bajito, inconscientemente: "Quedas entregada al azar; quizá no seas más que plomo perdido" Pero termina su obra, ignorando el alma de ella. Si apareciera ante sus ojos, reciente, rasgada y mortal, la herida humanaque el pedacito de plomo ha de producir --porque está llamado y destinado para ello, y esa fatalidad está envuelta virtualmente en el acto de la fundici6n-, el molde de acero se escaparía de las manos del hombre honrado. Puede ser que llegara a dejar sin pan a sus hijos si el precio de su sustento fuera el remate de tal obra, pues le repugnaría sentirse cómplice implícitoen el futuro homicidio.

  • ¿A qué conclusión queréis llegar? –interrumpió lord Ewald.
  • Yo soy el hombre que tiene el metal fundiéndose en las brasas, y me ha parecido, hace  un momento al pensar en vuestro ánimo, en vuestra inteligencia virgen de desencanto, ver pasar ante mis ojos una herida abierta. Lo que pretendo deciros puede seros saludable o más que mortal. Yo soy ahora quien vacila. Tanto el uno como el otro somos partes que han de integrar la experiencia. Ha de seros ésta más peligrosa de lo que creí al principio, pues sólo vos habéis de correr un riesgo horrible. Estáis ya bajo una amenaza, puesto que sois de aquellos a quienes una fatal pasión conduce a un fin desesperado. Yo corro el riesgo de salvaros… Pero creo que si la curación no fuere a ser tal como la deseo, debemos desistir de mi intento:
  • Puesto que me habláis en tono tan singularmente grave, querido Edison -respondió con esfuerzo lord Ewald- he de deciros una cosa: esta misma noche pensaba terminar con mi intolerable vida.

Edison se estremeció.

  • No vaciléis -dijo muy serenamente el joven.
  • Arrojamos los dados -murmuró el electrólogo-Será él. ¡Quién me lo hubiera dicho!.
  • Por última vez, os suplico, ¿qué es lo que intentáis?

Reinó un instante de silencio. Lord Ewald sintió pasar sobre su frente la ráfaga de lo infinito.

Edison dijo:

iHágase mi intento, puesto que lo desconocido me desafía! Pretendo realizar para usted lo que ningún hombre ha osado hacer para un semejante. Os debo la vida; mi deber mínimo es ensayar devolvérosla.

Vuestra alegría, vuestro ser, están cautivos de una figura humana, de la luz de una sonrisa, del esplendor de un rostro, de la dulzura de una voz... Una mujer viviente, por sus atractivos, os induce a  la muerte.

Bien, puesto que tanto la adoráis, yo voy a arrebatarle su propia presencia

Voy a demostraros matemáticamente, y en este mismo instante, cómo puedo, con los formidables recursos actuales de la ciencia, tomar la gracia de su ademán las morbideces de su cuerpo, la fragancia de su carne, el timbre de su voz, la flexibilidad de su talle, la luz de sus ojos, el carácter de sus movimientos y de su donaire, la personalidad de su mirar, de sus rasgos, de su sombra en el suelo; su inconfundible aspecto, todo el reflejo de su identidad. Seré el matador de su estulticia, el asesino de su triunfante actitud brutal. Primeramente reencarnaré toda esa exterior belleza que os es deleitosamente letal en una aparición que, por su parecido y sus encantos, sobrepase vuestra esperanza y vuestros sueños. Después, en lugar de ese alma que os hastía en la mujer viviente infiltraré algo como un alma distinta, quizá menos consciente de sí misma (¿qué sabemos? y, en suma, ¡qué importa!), pero sugeridora de impresiones más bellas, más nobles, más elevadas, revestidas de ese carácter de eternidad,  sin el cual todo se torna comedia en esta vida. Reproduciré, estrictamente, a esa mujer con la ayuda sublime de la luz, proyectando ésta sobre su materia radiante, encenderé frente a vuestra melancolía el alma imaginaria de la nueva criatura, capaz de sorprender a los ángeles. ¡Capturaré la Ilusión! La aherrojaré. En esa sombra he de forzar al ideal a manifestarse para vuestros sentidos, palpable, audible, materializado. Aquel espejismo, que hoy perseguís entre los recuerdos, será aprehendido por mí y fijado inmortalmente en la única y verdadera forma en que le vislumbrasteis. De esa forma viviente sacaré un segundo ejemplar transfigurado según vuestros anhelos4   Estará dotada de los cantos de la Antonia de Hoffmann, del misticismo apasionado de la Liegiade Edgar Allan Poe, de las ardientes seducciones de la Venus del poderoso músico Wagner. Quiero devolveros la vida: quiero probaros que puedo positivamente sacar del légamo de la actual Ciencia Humana un ser hecho a imagen nuestra, que será para nosotros lo que nosotros somos para Dios.

El electrólogo levantó la mano en señal de juramento.

ESTUPOR

Me quedé momificado de extrañeza.

TEÓFILO GAUTIER

Al escuchar estas palabras, lord Ewald quedó un tanto hosco ante Edison, como si no quisiera comprender lo que se le había propuesto.

Tuvo un minuto de estupefacción.

  • Una criatura así no será nunca más que una muñeca insensible y sin inteligencia -exclamó.
  • Tened cuidado, que al compararla con su modelo, no sea la viviente quien os parezca una muñeca.

El joven sonreía amargamente con una cortesía intimidada.

  • Dejemos eso -dijo-. La concepción es abrumadora: la obra sublime olerá siempre a mecanismo. ¡No podéis procrear a una mujer. Yo me pregunto al escuchar a usted, si el genio...
  • Yo os juro que no distinguiréis una de otra: y os afirmo, por segunda vez, que os lo probaré de antemano.
  • Imposible, Edison.
  • Por tercera vez, os digo que me comprometo a proporcionaros en seguida, la demostración positiva, punto por punto y de antemano,no sólo de la posibilidad del hecho, sino de su matemática certidumbre.
  • Usted, hijo de mujer, ¿podrá reproducir la identidad de una mujer?
  • Mil veces más idéntica a sí... que ella misma. Cada día que pasa, modifica las líneas del cuerpo humano: la ciencia fisiológica demuestra que este renueva eternamente sus átomos, cada siete años; ¿hasta qué punto existe el cuerpo? ¿Llegamos alguna vez a parecernos a nosotros mismos? Esa mujer, usted, yo, en nuestra primera infancia, ¿éramos lo que somos hoy? ¡Parecerse! ¡Ese es un prejuicio de los tiempos lacustres o trogloditas!
  • ¿La reproduciréis en su belleza, con su carne su voz, su gentil aspecto?
  • Con el electromagnetismo y la materia radiante engañaría el corazón de una madre y con mayor facilidad la pasión de un enamorado. La reproduciré tan exactamente que, si dentro de una docena de años contempla ella su doble ideal inimitable y lozano, no podrá reprimir lágrimas de envidia y de espanto.
  • Acometer la creación de un ser así –murmuró lord Ewald, pensativo-, sería tentar a Dios.
  • Yo no os impongo que aceptéis -respondió en voz baja Edison
  • ¿Le infiltraréis una inteligencia?
  • Una inteligencia, no; la inteligencia, SÍ.

Al oír aquella palabra titánica, lord Ewald quedó como petrificado ante el inventor. Ambos se miraron en silencio.

La partida iba a jugarse y la apuesta era un alma.

i EXCELSIOR!

En mis manos los enfermos pueden perder la vida, pero nunca la esperanza.

EL DOCTOR REILH

Querido genio -dijo el joven-- estoy persuadido de vuestra buena fe, pero todo cuanto decís no es más que un sueño, tan espantoso como irrealizable. Sin embargo, la intención que os anima me llega al corazón y os quedo muy reconocido.

  • Querido lord, sabéis que puede ser realizable, puesto que titubeáis.

Lord Ewald se enjugó la frente.

  • Miss Alicia Clary no consentirá en prestarse a tamaña experiencia y yo no me atrevo siquiera a proponérselo.
  • Eso es lo que corre de mi cuenta en este asunto. La obra sería incompleta, es decir, absurda, si no se realizara con la ignorancia total de vuestra adorada miss Alicia.
  • ¡Yo también cuento como algo en mi amor!
  • Pero no sabéis hasta qué punto.
  • ¿Qué temibles sutilezas emplearéis para llegar a convencerme de la realidad de esa Eva futura, en caso de éxito?
  • Es una cuestión de impresión inmediata en que el razonamiento no figura sino como un colaborador secundario. ¿Se razona alguna vez con el encanto que nos ofrece una cosa? Además, las deducciones que he de serviros serán la exacta expresión de lo que queréis ocultaros a vos mismo. Soy humano. Homo sum.

La obra se acabará mejor con su presencia.

  • ¿Podré discutir con usted en el curso de la explicación?
  • Si alguna de vuestras objeciones subsiste, desistiremos ambos de proseguir más allá.
  • Debo preveniros que mis ojos son, ¡ay! , demasiado perspicaces.
  • ¿Vuestros ojos? ¿Creéis ver distintamente esta gota de agua? Pues si la pusiera entre dos láminas de cristal ante el reflector de este microscopio solar y si proyectara su estricto reflejo en aquella pantalla de seda blanca donde apareció la encantadora Alicia vuestros ojos desmentirían su primer criterio ante el íntimo espectáculo que les revelara esta gota de agua. Si pensamos en todas las indefinidas y ocultas realidades que encierra este glóbulo líquido, comprenderemos que la potencia de nuestro aparato ¡pobre muleta visual! es insignificante, puesto que la diferencia entre lo. que nos. muestra y lo que vemos sin su ayuda es casi inapreciable en relación con lo que pudiera revelarnos. No olvidéis que no vemos de las cosas más que aquello que sugieren a nuestros ojos; las concebimos por lo que nos dejan entrever de sus entidades misteriosas; y no las poseemos sino en cuanto cada cual puede experimentarlas. El hombre, como una ardilla presuntuosa, se agita en la jaula de su Yo sin poder evadirse de la ilusión a que le condenan sus falaces sentidos. Engañando a los vuestros, Hadaly no hará ni más ni menos que miss Alicia.
  • Señor hechicero -respondió lord Ewald- parece que me creéis capaz de enamorarme de miss Hadaly.
  • Temería semejante caso si fuerais un mortal como los otros, pero vuestras confidencias me han tranquilizado. ¿No jurasteis, hace un momento, que se había anulado en vos toda idea de posesión de la hermosa viviente? Amaréis a Hadaly como solamente ella lo merece: cosa que está mejor que quedar enamorado.
  • ¿La amaré?
  • ¿Por qué no? ¿No va a encarnar para siempre en la única forma en que concebís el amor? Y puesto que la carne no es nunca la misma, y apenas existe fuera de la imaginación, carne por carne, la de la ciencia es bastante más seria que la otra.
  • No se ama más que a los seres animados.
  • Pues eso.
  • El alma es un arcano. ¿Animaría usted a su Hadaly?
  • ¿No se anima un proyectil con una velocidad x? También x es lo desconocido.
  • ¿Sabría ella quiénes; lo que es, mejor dicho?
  • Sabemos nosotros quiénessomos y lo que somos? ¿Vais a exigir de la copia lo que Dios no ha requerido del original?
  • Pregunto si esa criatura llegará a tener sentido de sí misma.
  • Sin duda.
  • ¿Decís?...
  • He dicho: "Sin duda", porque es cosa que depende de usted, y sólo de usted, el que se cumpla esta fase del milagro.
  • ¿Depende de mí?
  • ¿Con quién podría contar más interesado que vos en este problema?
  • Decidme, querido Edison, donde puedo ir a robar una chispa de ese fuego sagrado que el alma del mundo enciende en nosotros. No me llamo Prometeo; soy lord Celian Ewald, simple mortal.
  • Todos nos llamamos Prometeo sin saberlo y pocos escapan al pico del buitre. Una sola de aquellas llamas, todavía divinas, de vuestro ser, con las que quisisteis animar a vuestra admirada joven, bastará para vivificar su sombra.
  • Probádmelo.
  • Ahora mismo. El ser que amáis en la mujer viva no es el que manifiestamente aparece en esa pasajera humana; es el que solamente es real para vuestro deseo.

Amáis el ser que no existe en ella, en plena persuasión de su ausencia.

Cerráis los ojos, ahogáis el mentís de vuestra conciencia, voluntariamente, para no reconocer en la querida algo que no sea el fantasma deseado. Su verdadera personalidad es la ilusión suscitada en vuestro ser por el fulgor de su belleza. Todo vuestro esfuerzo tiende a vitalizar esta ilusión, a pesar de todo, en presencia de la amada, prescindiendo del incesante desencanto que os produce la horrible y mortal nulidad de Alicia.

No amáis más que esa sombra; por ella queréis morir. A ella sola concedéis realidad. Esa visión, objetivada por vuestro espíritu, que requerís, contempláis y hacéis en la mujer viva no es más que vuestra alma desdoblada en ella. He ahí vuestro amor. Es, como veis, un perpetuo y estéril ensayo de redención.

Los dos hombres guardaron algunos instantes un profundo silencio,

Como queda probado -concluyó Edison- que vivís con una sombra a la que prestáis calurosa y ficticiamente el ser, yo os propongo intentar la misma experiencia con esta otra sombra, ese será el pacto. He aquí todo. El ser de la llamada Hadaly depende de la libre voluntad del que ose concebirlo sugerid en ella vuestro ser Afirmad su existencia con viva fe, como afirmáis la realidad de las cosas circundantes, tan relativas empero. Entonces veréis como la Alicia de vuestro afán se realiza, se logra y ennoblece en esa sombra. Ensaye usted, si le queda alguna esperanza. Después, apreciad concienzudamente si la auxiliadora criatura-fantasma que os devuelva el deseo de la vida no es más digna de llamarse HUMANA que el espectro-viviente cuya menguada realidad os ha conducido a apetecer la muerte.

Lord Ewald, reflexionaba taciturno.

  • La deducción es, en efecto, especiosa y profunda, pero sospecho que me encontraría siempre un tanto solo en compañía de vuestra Eva futura e inconsciente.
  • Menos solo que con su modelo. Mas si tal cosa sucediera, sería por culpa de usted y no de ella. Es necesario sentirse un verdadero dios para querer esa realización.

Edison se detuvo un momento.

  • No os dais cuenta -añadió- de la novedad de las impresiones que os producirá la primera charla con el androide-Alicia paseando a vuestro lado y quitándose el sol con la sombrilla con toda la gentileza de la viviente. ¿Sonreís?... ¿Creéis que por estar prevenidos vuestros sentidos descubrirán pronto el canje que hago con la Naturaleza? Pues bien, ¿no tiene miss Alicia Clary algún galgo o terranova favoritos? ¿Viajáis con algún perro escogido en vuestras jaurías?
  • Llevamos a Dark, un galgo negro, muy fiel.
  • Ese animal está dotado de tan agudo olfato, que las personas quedan retratadas por sus olores en los centros nerviosos correspondientes a sus mucosas nasales.

Apostemos que si el perro, que reconocería a su dueña entre mil mujeres, fuera conducido después de unos días de encierro ante Hadaly, quedaría engañado por el fantasma con sólo olfatear sus ropas. Y si simultáneamente se le presentaran la sombra y la realidad, ha de ladrar a ésta y sólo obedecerá a aquélla.

  • No anticipéis tanto.
  • Yo no prometo más que lo que cumplo. Esa experiencia ya se ha hecho con éxito: es del dominio de la ciencia fisiológica. Si engaño los órganos delicadísimos de un animal, ¿cómo no he de retar la comprobación de los sentidos humanos? ·

Ante el ingenio del inventor, lord Ewald no pudo reprimir la sonrisa.

  • Aunque Hadaly sea muy misteriosa, hay que abordarla sin ninguna exaltación; al fin y al cabo, no ha de estar movida más que por la electricidad, que es lo que anima también a su modelo
  • ¿Cómo?
  • Sí. ¿No habéis admirado nunca, en una tarde de tormenta, a una hermosa mujer morena, al peinar sus cabellos ante un azulado espejo, en un aposento en sombras?  Su pelo chisporrotea y brilla bajo las púas del escarpidor de concha, en mágicas apariciones, como millares de diamantes perdidos en las olas negras, de noche en el mar. Hadaly os dará ese espectáculo si miss Alicia no os lo ha ofrecido. Las morenas encierran mucha electricidad. ¿Aceptáis intentar esa encarnación? Hadaly, con esa flor de luto, hecha de oro virgen y puro, os ofrece salvar algo de melancolía de vuestro naufragio de amor.

Lord Ewald Y Edison cambiaron una mirada. Permanecieron mudos y graves.

  • Es la más aterradora de las proposiciones que se pueden dirigir a un desesperado y, sin embargo, un gran esfuerzo he de hacer para tomarla en serio.
  • Eso llegará con el tiempo. Hadaly se encargará de ello.
  • Otro hombre, aunque no fuera más que por curiosidad, aceptaría en el acto vuestra oferta.
  • No la haría a todo el mundo. Si lego la fórmula a la humanidad, compadezco a los réprobos que prostituyan el remedio.
  • Ya en ese terreno las palabras suenan a sacrilegio. ¿Se puede todavía suspender la ejecución?
  • ¡Oh, y aún después de terminar la obra! Podréis destruirla, ahogarla, si os place.

Entonces ya será muy distinto.

  • Yo no os impongo que aceptéis. Sufrís; os propongo un remedio. Este es tan eficaz como peligroso. Libre estáis para rehusar.
  • ¿Y respecto al peligro... ?
  • Si no fuera más que físico os diría: "Aceptad".
  • ¿Pondría en grave riesgo mi razón?
  • Milord Ewald, sois el hombre de mejor alma que hay bajo la capa del cielo El fulgor de la mala estrella os atrajo al mundo del amor; vuestro ensueño ha caído con las alas rotas, al contacto de una mujer defraudara cuya incesante disonancia reaviva el abrasador hastío que llegará a daros muerte. Sois uno de los últimos grandes tristes que no se dignan sobrevivir a la prueba que soportan los que luchan contra la enfermedad, la miseria o el amor. Tan profundo ha sido el dolor de la primera decepción, que despreciáis a vuestros semejantes por resignarse a vivir bajo la férula de tales destinos. El desánimoha extendido su sudario sobre vuestros pensamientos y, hoy, ese frío consejero de la muerte voluntaria pronuncia, a vuestro oído, la palabra que persuade. Estáis en lo peor. Como me habéis declarado, es una cuestión de horas; el término de vuestra crisis es indudable: la muerte. Su inminencia se advierte en toda vuestra persona.

Lord Ewald sacudió con el meñique la ceniza del habano.

  • Vuelvo a ofreceros la vida. No sé a cambio de qué. ¿Quién podría evaluarlo? El Ideal os ha defraudado. La Verdad extinguió vuestro deseo sensual, que se ha arrecido ante la mujer amada. ¡Adiós, presunta Realidad, vieja engañara! Os brindo lo artificial y sus incitaciones desconocidas. El peligro reside en quedar dominado por ellas... Querido lord, nosotros dos repetimos el eterno símbolo.: usted, representa la humanidad y su paraíso perdido; yo, la ciencia omnipotente de maravillas y recursos.
  • Escoged por mí -dijo tranquilamente lord Ewald.
  • Es imposible, milord.
  • En mi lugar, ¿se arriesgaría usted en esa inaudita, absurda y turbadora experiencia con una Eva futura?

Edison miró al joven con su fijeza habitual, agravada por el pensamiento disimulado. Dijo:

  • Tendría motivos de índole personal para decidir la opción por mí mismo sin pretender que nadie se rigiera por mi albedrío.
  • ¿Qué escogeríais?
  • Forzado a la disyuntiva, aceptaría la solución menos peligrosa para mí
  • ¿Cuál?
  • Milord, ¿no dudáis de mi sagrado apego, de la amistad profunda y tierna que os profeso? Pues bien, con el corazón en la mano...
  • ¿Por qué optaríais?
  • Entre la muerte y esa tentativa...
  • ¿Qué haríais entre Alicia Clary y esta Eva futura?

Terrible, el gran inventor pronunció su sentencia, inclinándose.

  • Suicidarme.

¡QUE DEPRISA VAN LOS SABIOS!

¿Quién quiere cambiar lámparas viejas por otras nuevas?

LAS MIL Y UNA NOCHE. ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA

Lord Ewald miró su reloj; su frente se nublaba de nuevo. Suspirando dijo:

  • Gracias; ahora sí que nos separamos.

En las sombras sonó un timbre.

  • Es un poco tarde -replicó Edison. Obedeciendo a vuestra decisión inicial, he empezado.

Dio un golpe al fonógrafo, como si fuera un perro tendido a sus pies :

  • ¿Qué hay? -ladró el aparato ante la bocina telefónica.

La voz de bajo del mensajero retumbaba en el laboratorio con la entonación velada del que habla jadeante:

  • Miss Alicia Clary abandona su palco del Gran Teatro y se dirigirá a Menlo Park en el expreso de las doce y media.

Lord Ewald, ante la nueva inesperada, al escuchar aquel nombre, hizo un movimiento.

Los dos hombres se miraron en silencio; mediaba entre ellos un reto vertiginoso.

  • No tengo alojamiento reservado para esta noche en Menlo Park.

Edison tomó el manipulador Morse: los hilos temblaban. A los diez segundos un pedazo de papel saltó de un bastidor.

  • ¿Alojamiento? Estaba previsto. Aquí le tenéis –dijo después de leer la hoja-. He alquilado para usted una villa encantadora, aislada, a veinte minutos de aquí. Os esperan esta noche. Por otra parte cuento con miss Alicia Y, usted para cenar. Mi mozo, provisto de esta fotografía donde sólo aparece el rostro de miss Venus Victrix ofrecerá un coche a la viajera en la misma estación. No es de temer ningún error; llega poca gente a tales horas... No os inquietéis.

Extrajo de un objetivo un retrato-medallón, escribió en el reverso unas líneas y la puso en una caja fija en el muro.

Era el transmisor de un tubo neumático. Un tenue sonido de timbre anunció al poco tiempo que la orden  se cumpliría.

Volvió al aparato Morse y telegrafió otras órdenes

  • He terminado –dijo al fin- Milord, si queréis desistimos del proyecto.

Lord Ewald levantó la cabeza. Brillaron sus ojos azules.

  • No vacilemos. Esta vez, querido Edison acepto con carácter definitivo.

Edison respondió:

- Está bien, cuento con que me dispenséis el honor de vivir veintiún días para cumplir con mi palabra.

-Concedido, pero ni uno más –dijo el joven con el tono de un inglés que afirma y no ha de volverse atrás.

Edison miró las agujas del reloj eléctrico.

  • Si no os devuelvo a la vida, yo mismo os daré la pistola el día fijado a las nueve de la noche. A menos que prefiera usted el rayo, nuestro querido prisionero, que presenta la ventaja de no fallar nunca.

Luego añadió, dirigiéndose al teléfono.

  • Como vamos a emprender un arriesgado viaje, permitidme que dé unos besos a mis hijos, pues los hijos son algo.

Al oír aquello el joven lord se estremeció. Edison tomó un aparato y gritó dos nombres. En el extremo del parque sonó una campana, respuesta que llegaba amortiguada por el viento y las cortinas.

  • Miles de besos -pronunció paternalmente Edison en la bocina del instrumento.

Entonces sucedió algo milagroso. Gracias a un giro de conmutador, alrededor de los dos perseguidores de lo desconocido, aventureros de las sombras, estalló desde las lámparas, un alborozo, una lluvia de besos infantiles y encantadores que sonaban con tonos ingenuos.

  • ¡Toma, papá! ¡Toma, toma! ¡Más, más todavía

Edison pegó el auricular a su mejilla para recibir los besos dulces.

Después dijo al lord.

  • Estoy dispuesto a empezar.
  • Quedaos, Edison -dijo tristemente lord Ewald, es mejor que afronte solo ...
  • Partamos -dijo el electrólogo con una llamarada genial e infalible en los ojos.

COMPAS DE ESPERA

¡El otro pensamiento! El pensamiento de detrás de la cabeza.

PASCAL

Quedaba concluso el pacto.

El ingeniero descolgó de los alzapaños del muro dos abrigos de piel de oso. Al ofrecer uno de ellos a lord Ewald, le dijo:

  • Poneos esto. Hace frío en el camino.

El lord aceptó silenciosamente, con una vaga sonrisa y esta pregunta:

  • ¿Sería indiscreto inquirir donde vamos?
  • A casa de Hadaly, entre chispazos de tres metros setenta -respondió Edison preocupado, poniéndose su vestimenta de Samoyedo.
  • Démonos prisa -dijo lord Ewald casi alegre.
  • ¿No tenéis que hacerme ninguna revelación nueva?
  • Ninguna. Tengo impaciencia por hablar con esa linda criatura velada. Su vacío y su incógnito me son simpáticos. Respecto de las frívolas observaciones que se me vienen a la mente, siempre estaremos a tiempo...

Al oír estas palabras, Edison se irguió bajo las lámparas radiantes, y sacando bruscamente el brazo de la peluda· manga exclamó:

  • ¿Olvidáis que soy la Electricidad y que me bato contra vuestro pensamiento? Es menester hablar enseguida. Declaradme vuestras frívolas inquietudes para saber con quién lucho. No es una tarea despreciable lidiar cuerpo a cuerpo con un ideal como el vuestro. El mismo Jacob otearía las tinieblas por dos veces. Decídselo todo al médico que se propone curaros la tristeza.
  • ¡Oh! ¡Tales ideas se basan tan sólo en nada
  • ¿Nada? Nada, para usted, es un detalle imperceptible, una futesa... ¡Sin una minucia de esas, adiós ideal! Recortad la frase del francés: "Si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, el aspecto y el destino del mundo hubieran cambiado". ¡Una nadería Mas, ¿de qué dependen las cosas reputadas de más serias?. Anteayer, un reinado fue perdido por un golpe de abanico; ayer un imperio murió por un saludo no devuelto. Y o estimo las fruslerías en su valor trascendental. La Nada es algo tan útil que Dios no vaciló en extraer el mundo de ella. Dios declara implícitamente que de no existir la Nada le hubiera sido imposible crearel Devenir de las cosas. No somos más  que un fenecerperpetuo. La Nada es la materia negativa, sine quanon, ocasional y, gracias a ella, estamos hablando ahora y aquí. En este asunto, precisamente, me preocupan mucho los detalles. ¡Confesadme todas las naderíasque os inquietan! Marcharemos después. No hay, sin embargo, más que el tiempo justo antes de que vuestra viviente haga su aparición. Tres horas y media, apenas.

Dejó caer el abrigo de pieles en un sillón cercano, se sentó, puso los codos en el tablero de una vieja pila de Volta y, cruzando las piernas, esperó a que el joven hablara.

Lord Ewald, imitándole, dijo:

  • ¿Por qué me interrogáis tan detenidamente acerca del carácter intelectual de nuestro ejemplar femenino?
  • Quería saber en qué aspecto concebíais la inteligencia. Es mucho menos difícil la reproducción física, pues en esta, todo depende de dotar a Hadaly de la paradójica belleza de la viva, que el hacer un androide que nunca os haya de defraudar espiritualmente. Y si esto no se consiguiera, no valía la pena de cambiar.
  • ¿Cómo vais a obtener de Alicia que se preste a esa experiencia?
  • En poco tiempo, esta noche, al cenar, asumo el persuadirla a este respecto. Estoy dispuesto a emplear, para convencerla, la sugestiónincluso. Pero bastará el procedimiento persuasivo. Después tendrán lugar unas cuantas sesiones ante una figura de barro con la que le daremos el cambiazo. No verá a Hadaly. No podrá sospechar nuestra obra.

Ahora, como Hadaly abandona esa atmósfera casi sobrenatural donde se realiza la ficción de su entidad para incorporarse en una forma humana, es indispensable que esta Valkiria de la Ciencia adopte los vestidos, las costumbres y las modas de nuestra época.

Durante las sesiones antedichas, unas cuantas costureras, modistas, camiseras, etc., tomarán nota y medida de todos los atavíos y ropas de miss Alicia Clary sin que ésta se dé cuenta de la cesión que hace de su guardarropa a su fiel y exacto ex-tipo. Cuando todas las obreras hayan tomado las necesarias medidas, podréis aumentar el equipo en cuantas prendas queráis, sin necesidad de prueba.

El androide usará los mismos perfumes que su modelo y tendrá idéntico olor natural.

  • ¿Y cómo viaja?
  • Como cualquier mujer. Miss Hadaly será irreprochable en viaje con tal de ser advertidapreviamente. Un poco soñolienta y taciturna, no hablará más que de tarde en tarde y muy bajito. Esta limitación no hace necesario que cubra su cara con el velo, y como siempre viajáis solos se encontrará a recaudo de observaciones indiscretas.
  • Pero puede presentarse una circunstancia en que le sea dirigida la palabra ...
  • Contestaréis por ella, alegando que es extranjera y no conoce el idioma propio del país. Con ello solucionáis el incidente. Empero, a bordo, como el equilibrio aun para nosotros es difícil de guardar, miss Hadaly no soporta las largas travesías. Libre estáis de verla en tan triste estado como quedan las otras, tendidas en sus hamacas y molestas por las ridículas crisis drásticas. Exenta de indisposiciones, y no queriendo humillar los órganos asaz defectuosos de sus compañeras de viaje, navega como una muerta.
  • ¿En un ataúd? --preguntó lord Ewald sorprendido.

Edison inclinó la cabeza con ademán afirmativo.

  • Pero no envuelta en un sudario... -objetó el joven.
  • Viviente obra de arte que nunca fue envuelta en mantillas ni en ropa blanca, ¿para qué querría el sudario. El androide posee entre otros tesoros un gran féretro de ébano forrado de satén negro. El interior de este simbólico estuche es el molde de la forma femenina que ha de alcanzar aquélla. Las tapas se abren mediante una llavecita de oro en forma de estrella. La cerradura está debajo del almohadón de la durmiente.

Hadaly sabe entrar sola en él, desnuda o vestida, tenderse y sujetarse con vendas de batista sólidamente atadas en el interior, para que las paredes de la caja no rocen tan siquiera sus hombros. Su semblante queda velado. La cabeza permanece apoyada en su cabellera sobre un cojín, retenida por un ferroñé. De no percibirse su respiración rítmica y plácida, los ojos la tomarían por miss Alicia, muerta en la misma mañana.

En las tapas de esta prisión hay una lámina de plata en donde se lee el nombre de Hadaly en letras iranias. Sobre él, grabareis vuestros escudos para consagrar su cautiverio.

El bello ataúd deberá introducirse en una caja de alcanforero forrada de algodón, de forma cuadrada, para evitar cualquier extrañeza. El estuche de vuestro ensueño estará terminado dentro de tres semanas. Cuando volváis a Londres, una entrevista con el director de las aduanas del Támesis será suficiente para obtener la franquicia del misterioso bulto.

Cuando os separéis de miss Alicia Clary, en vuestro castillo de Athelwold podréis despertar su sombra celeste.

  • ¿En mi mansión? Sí, en efecto allí es posible –murmuró lord Ewald como si hablara consigo mismo, extraviado en una terrible melancolía
  • Solamente allí, en el brumoso dominio, rodeado de pinares, de lagos y de rocas, podréis con toda garantía abrir la cárcel de Hadaly. ¿Poseéis en vuestro castillo algún salón vasto y espléndido con muebles de la época de la reina Isabel?
  • Sí -respondió lord Ewald con sonrisa triste-. Tuve el capricho, hace años, de embellecer mi morada  con maravillosos objetos de arte y ricos adornos. El viejo salón alude de continuo al pasado. La única ventana de vidrieras, bajo los arambeles sembrados de flores de oro viejo, se abre en un balcón de hierro cuya balaustrada todavía bruñida, es del tiempo de Ricardo II. Descienden las gradas verdinosas de musgo hasta el viejo parque de extraviadas y salvajes avenidas que van a perderse en la umbría de los encinares. Había ofrendado mi mansión a la que había de ser mi compañera, caso de encontrarla.

Después de un pequeño temblor, lord Ewald prosiguió:

  • Pues bien, sea como queréis. Intentaré lo imposible, llevando conmigo esa ilusoria aparición, esa promesa galvanizada; y ya que no amo ni puedo desear ni poseer a la otra-¡oh, fantasma!-- aspiro a que esa nueva forma llegue a ser el abismo donde mis ensueños encuentren una consolación vertiginosa.
  • El mejor medio en que puede vivir el androide es un castillo como el vuestro. Aunque soy muy poco soñador, por naturaleza, me asocio a la audacia de vuestra fantasía, que además respeto como cosa sagrada. Allí, Hadaly vivirá como sonámbula, errante en las márgenes de los lagos o en las campiñas desnudas. Bajo el mocho torreón donde os· esperan los viejos servidores, los libros, los instrumentos de música, los arreos de caza, la recién llegada será recibida en dueña por los seres y las cosas. Le harán una aureola la consideración y, sobre todo, el silencio. Daréis orden a vuestros criados de que ninguno le dirija la palabra, y, si fuera menester legitimar su mutismo, alegaréis que el haberla sacado de un grave peligro le hizo hacer voto de no hablar más que a su salvador. La voz amada, en sus cantos inmortales, ha de hender allí la majestad de las noches de otoño, entre las quejas del viento, acompañada por un órgano o un potente piano de América. Sus acentos aumentarán el encanto de los crepúsculos estivales, y en la hermosura de la aurora han de surgir hermanados con el concierto de las aves. El trascol de su vestido dejará un rastro de leyenda cuando la hayan visto hollar el césped del parque a la luz del sol o a la claridad nocturna. ¡ Espantoso espectáculo para quien no sepa el secreto! Algún día iré a visitaros en vuestra soledad, donde retaréis perpetuamente los dos últimos peligros: la demencia y Dios.
  • Seréis el único huésped que reciba –respondió  lord Ewald-; más, ya que hemos establecido la previa posibilidad de vuestra proposición,. Veamos si es factible en sí el prodigio y de qué medios os valdréis para realizarlo.
  • Os prevengo -dijo Edison- que todos los arcanos del fantoche, al conocerlos, no os revelarán el misterio del fantasma, como el esqueleto de miss Alicia Clary no os explica por qué su mecanismo mueve armónicamente la belleza de donde proiene vuestro amor.

CHANZAS AMBIGUAS

Adivina, o te devoro.

LA ESFINGE

Toda llama necesita una mecha –prosiguió el electrólogo- y por muy tosco que parezca semejante procedimiento, ¿no nos resulta admirable cuando la luz se produce? Aquel que, de antemano, dudase de la posibilidad de la luz y se escandalizara ante ese medio de iluminación, sin intentar siquiera probarlo, ¿sería digno de ver sus efectos? No hablaremos solamente respecto a Hadaly de lo que llaman los médicos la máquina humana. Si conocierais el encanto del androide logradocomo conocéis el de su modelo, ninguna explicación, por íntima que fuera, os impediría seguir fascinado por él. No habría merma en vuestro cariño, si asistierais a la disección de la bella viviente, si tornaba a su primitivo estado y aparecía luego tal cual es

El mecanismo eléctrico de Hadaly  no es ella, como la osamenta de vuestra amada no es precisamente su persona. Lo que se ama en una mujer no es ni una articulación, ni un nervio, ni un músculo; es el conjunto de su ser animado por el fluido orgánico; es la mirada de unos ojos que transfiguran el conglomerado de metaloides y metales fundidos y combinados en sus carnes. El misterio de mi imitación reside en la unidad. No olvidemos, querido lord, que vamos a departir sobre un proceso vital tan irrisorio como el nuestro y que no es chocante sino por su novedad.

  • Bien -dijo lord Ewald-. Empiezo pues, primeramente, ¿qué objeto tiene esa armadura?
  • ¿La armadura? Os lo he insinuado: es la armazón plástica sobre la que se ha de sobreponer, penetrante y penetrada de fluido eléctrico, la encarnación total de vuestra deseada compañera. Mantiene en su interior el organismo común a todas las mujeres.

Efectuaremos su detenido estudio sobre Hadaly misma, que quedará divertida y encantada por dejar entrever los secretos de su luminosa personalidad.

  • ¿Habla siempre el androide con la voz que he escuchado?
  • ¿Sois capaz de dirigirme semejante pregunta? Jamás. ¿Creéis que no ha cambiado la voz de miss Alicia? La de Hadaly que oísteis, es su voz pueril, espiritual, sonámbula, pero no femenina. Tendrá la misma voz de miss Alicia Clary, como ha de tener todo lo demás. La palabra y los cantos del androide serán para siempre aquellos que le dicte, inconscientemente, sin verla, vuestra deliciosa amiga; la voz de ésta con su acento, timbre y entonaciones, será inscrita en las láminas de dos fonógrafos de oro, perfeccionados a maravilla y de una fidelidad de sonido verdaderamente intelectual. Esos dos fonógrafos serán los pulmones de Hadaly, iniciados en su movimiento por una chispa, gemela de la chispa de la vida que puso en función a los nuestros. También debo advertiros que estos cantos inauditos, escenas extraordinarias y palabras desconocidas que haya proferido la cantante, y hayan sido posteriormente reproducidos por el androide fantasma, constituyen el prodigio, al mismo tiempo que el oculto peligro, de que os hablaba.

Volvió a estremecerse lord Ewald. No preveía aquella explicación de la voz original del bello fantasma. Había dudado. La sencillez de la solución le apagó la sonrisa. La oscura posibilidad -turbia todavía, pero posibilidad al fin- del milagro total, surgió clara y distintamente.

Decidido a proseguir hasta el punto en que el inventor flaqueara, arguyó:

  • ¿Decís que son dos fonógrafos de oro? Indudablemente, es más hermoso que los pulmones naturales ¿Habéis pospuesto la vida al oro?
  • Al oro virgen. Es el metal que nunca se oxida y tiene la ventaja de su sonoridad sensible, exquisita y mujeril. Os participo que para construir mi androide me he visto obligado a recurrir a las sustancias más raras y preciosas. ¿Cabe mayor elogio para el sexo sublime? Sin embargo, he tenido que emplear el hierro para las articulaciones.
  • ¡Ah! ¿Habéis empleado ese metal para las coyunturas?
  • ¿Por qué no? ¿No figura entre los elementos constitutivos de nuestra sangre y de nuestro cuerpo? Los doctores lo prescriben con frecuencia. Era indispensable no prescindir de él, pues Hadaly, entonces no sería completamente humana.
  • ¿Por qué le habéis reservado para las articulaciones?
  • Toda articulación se compone de una parte que encaja en otra; en el cuerpo de Hadaly cada una de las partes que ajustan es un imán, y a causa de la atracción superior que sufre el hierro, he debido construir en acero las cabezas de los huesos encajados.
  • Pero, ¿el acero no se oxida? ¿No se enmohecerá la articulación?
  • Eso no le ocurre más que a las muestras. Tengo sobre aquel estante un frasco con tapón esmerilado, lleno de aceite de rosas al ámbar, que ha de ser la sinovia deseada.
  • ¿Aceite de rosas?
  • Está preparado de manera que no se evapora. Todos los perfumes son del dominio femenino. Una vez al mes le daréis una cucharadita de ese bálsamo cuando parezca dormitar (como si fuese una enferma). Ya veis, es la humanidad misma. El aceite se extenderá por el organismo magneto-metálico de Hadaly. Con ese frasco tendréis para más de un siglo; creo que no habrá lugar de renovar la provisión.

El electricista acababa la broma con un matiz ligeramente siniestro.

  • ¿Respira? -preguntó el joven.
  • Sí, pero sin consumir oxígeno. No es una máquina de vapor_ como nosotros? Hadaly aspira y respira el aire gracias al movimiento automático e indiferente de su pecho que palpita como el de una mujer