Y la sombra se hizo

Auguste Villiers de l'Isle-Adam



Fragmento de La Eva Futura. Obra de Auguste Villiers de l'Isle-Adam.

CENANDO CON EL BRUJO

Nunc est bibendum, r¡unc, pede libere. Pulsanda tellus!

HORACIO

Algunos momentos después, Edison y lord Ewald volvían a entrar en el laboratorio y dejaban los abrigos de piel en un sillón.

  • Ahí está miss Alicia Clary -dijo el ingeniero-, señalando un ángulo oscuro de la extensa sala, cerca de las colgaduras de la ventana.
  • ¿Dónde? -preguntó lord Ewald.
  • Allí : en el espejo ---contestó el ingeniero en voz baja, indicándole algo que espejeaba como el agua dormida bajo el fulgor lunar.
  • No veo nada –dijo este.
  • Es un espejo muy particular –dijo el electrólogo. Nada de extraño tiene que esa bella mujer me ofrezca el reflejo de su imagen, pues es precisamente lo que he de arrebatarle.

Después añadió, moviendo un tornillo que levantaba los pasadores y picaportes de la puerta:

  • Miss Alicia Clary busca la cerradura... Ya encuentra el agarrador de cristal. Ahí está.

Al decir las últimas palabras, la puerta del laboratorio se abrió; una mujer joven, alta y admirable apareció en el umbral.

Vestía miss Alicia Clary un acariciador vestido de seda azul pálido, que a la luz de aquellas lámparas parecía verde mar; entre sus negros rizos se abría una rosa roja; los diamantes brillaban en sus orejas y en su pecho. Sus hombros soportaban una pelerina de marta y su rostro se cubría deliciosamente con un velo de punto de Inglaterra.

Deslumbraba aquella mujer, viviente evocación de las líneas de la Venus victoriosa. Su parecido con el divino mármol aparecía tan sorprendente e incontestable que causaba un sobrecogimiento misterioso. No era dudoso que aquel era el original humano de la fotografía que había aparecido, hacía cuatro horas, en la pantalla.

Permaneció inmóvil, como si estuviese sorprendida por el extraño aspecto del lugar en que se hallaba.

  • Entrad, miss Alicia Clary. Mi amigo lord Ewald os espera con la más apasionada de las impaciencias, que encuentro sobrado legítimas –permitidme que os lo diga- al miraros.

La joven respondió con un tono de encargada de almacén, pero con un timbre de voz de ideal limpidez, como si unos cascabeles de oro golpearan un disco de cristal:

  • Caballero, como veis, he venido completamente en artista. En cuanto a usted, querido lord, vuestro telegrama ha llegado a inquietarme. He creído... ¡No sé qué!

Al decir esto entró.

  • En casa de quién me cabe el honor de estar? -añadió con una sonrisa de intención molesta, pero bella como una noche de estrellas sobre una estepa helada.
  • En la mía -dijo vivamente Edison-. Soy el señor Tomás.

La sonrisa de miss Alicia Clary se enfrió más al escuchar aquellas palabras. El inventor prosiguió obsequiosamente:

  • Sí, señora, maese Tomás. ¿No habéis oído nunca hablar de mí? El amigo Tomás, representante general de los teatros de Inglaterra y América.

Ella se estremeció y su sonrisa reapareció más espléndida y matizada por un deseo de interés.

  • Mucho gusto, caballero.

Y acercándose al oído de lord Ewald, añadió:

  • ¿Por qué no me habéis advertido? Os quedo muy reconocida por semejante gestión, pues deseo ser célebre, mas esta presentación es poco regular y razonable. N o debo parecer una burguesa ante estas gentes. ¡ Querido lord, estaréis siempre en las estrellas!
  • Siempre, ¡ay de mí! -respondió lord Ewald inclinándose, muy correcto, mientras ella se quitaba el sombrero y la pelerina.

Edison tiró de una anilla de acero oculta tras las cortinas. Un magnífico velador brotó del piso. Traía un lunch escogido y unos candelabros ardiendo.

Era una aparición de teatro, una cena de función de magia. Brillaban tres cubiertos entre los platos de caza y de frutas y las porcelanas de Sajonia. Una cesta con botellas polvorientas estaba al alcance de los tres asientos que rodeaban el velador.

  • Maestro Tomás -dijo lord Ewald- he aquí a miss Alicia Clary, de quien he hecho referencia por su talento de cantante y de actriz.

Después de un breve saludo, Edison le espetó con la mayor tranquilidad:

  • Esperemos, miss Alicia Clary, su debut glorioso en uno de nuestros principales escenarios. Pero de ello hablaremos en la mesa, pues el viaje abre el apetito y el aire de Menlo Park le aviva.
  • Es verdad, tengo hambre -dijo la. muchacha con tal espontaneidad, que Edison mismo, engañado por la magnífica sonrisa que se había dejado olvidada en el rostro, se sorprendió y miró a lord Ewald con extrañeza-.Había tomado aquella salida encantadora y natural por un movimiento juvenil de alegre impulso. ¿Qué significaba aquello? Si la sublime encarnación de belleza podía decir de aquella maneraque tenía hambre, lord Ewald estaba equivocado, puesto que tal nota viviente y sencilla acusaba un corazón y un alma.

Sin embargo, el joven lord, como hombre que conoce el valor exacto de cuanto se dice ante él, permaneció impasible. Entonces, miss Alicia Clary, temiendo haber dicho algo trivial ante unos artistas, se apresuró a añadir con una sonrisa de espiritualidad forzada que prestaba una sacrílega expresión cómica a la magnificencia de su rostro:

  • Señores, no será muy poético, pero hay que estar en este mundo de vez en cuando

Al oír aquellas palabras que recayeron como piedras sepulcrales sobre la criatura adorable que, inconsciente, total e irremisiblemente, se había revelado en ellas, Edison se tranquilizó; lord Ewald había analizado exactamente. El inventor, con afectuosa sencillez, contestó:

-Enhorabuena.

Y precedió a sus convidados con un gesto de invitación. El vestido cerúleo de miss Alicia al rozar las pilas. les arrancaba pequeñas chispas.

Tomaron asiento. Un ramo de capullos de rosas de té indicaba el cubierto de la joven, que al instalarse y al momento de quitarse los guantes dijo:

-Qué agradecida quedaría a usted si su mediación me sirviera para debutar decorosamente en Londres, por ejemplo.

-¡Oh, señorita! Siempre es un placer casi divino lanzar una estrella.

-He de advertiros que he cantado ante testas coronadas.

-¡Una diva! -exclamó Edison entusiasta. Mientras escanciaba a sus huéspedes unos dedos de vino de Nuits.

-Ya sé, caballero, que las divas son de costumbres más que ligeras; en eso no pienso imitarlas. Yo hubiera preferido una vida más honorable, pero me resigno a seguir mi carrera porque... hay que ser de este siglo. Además, buenos son los medios de hacer fortuna por extraños que parezcan, y hay oficios más estúpidos.

La espuma del Lur-Saluces fluía y se desbordaba.

-La vida tiene sus exigencias -dijo Edison---. Yo mismo carecía de inclinación para el examen de los temperamentos líricos. Los seres superiores pueden doblegarse a todo y adquirir cuanto quieran. Resignaos a la gloria, igual que otras muchas tan extrañadas como usted de sus triunfos. ¡Por vuestros éxitos!

Y alzó la copa.

Correspondiendo a la expresiva facundia del electrólogo (cuyo rostro a los ojos de lord Ewald aparecía cubierto por un misterioso antifaz), Alicia Clary dio con su copa en la Edison, con un ademán tan digno y reservado que en vez de copa parecía una taza.

Los comensales bebían los rayos líquidos; desde entonces, entre ellos quedó roto el hielo.

La luz de las lámparas temblaba en los cilindros, en las aristas de los reflectores y en los grandes discos de cristal. Una impresión de secreta y oculta solemnidad flotaba en el cruce de las miradas. Los tres estaban pálidos. El ala inmensa del silencio pasó un instante sobre ellos.

SUGESTION

Entre el operador y el sujeto, las preguntas y respuestas no son más que un velo verbal, por completo insignificante, bajo el cual, recta, fija, atenta, la volición sugerida por los ojos del Sugerente permanece inflexible como una espada.

FISIOLOGÍA MODERNA

Miss Alicia Clary seguía sonriendo. Los diamantes de sus dedos brillaban cada vez que llevaba a sus labios el tenedor de oro.

Edison miraba a aquella mujer con la atención del entomólogo que al fin apercibe, en una clara noche, la falena fabulosa que ha de enriquecer mañana las vitrinas de un museo, clavada por el dorso con un alfiler de plata.

-¿Qué os parece nuestro teatro de aquí, miss Alicia? -dijo-- ¿Y nuestras decoraciones y cantantes? ¿Verdad que no están mal?

-Una o dos, agradables, pero un tanto cursis.

-Justo -dijo Edison riendo-. ¡Pero lós trajes de antaño eran tan ridículos l ¿Cómo habéis encontrado el Freyschütz?

-¿El tenor?... Su voz, un poco blanca; él, distinguido, pero frío.

-Desconfiemos de aquellos a quienes una mujer encuentra fríos.

-¿Decís? -preguntó miss Alicia.

-Decía que... la distinción es todo en la vida.

-Sí, la distinción... -dijo ella alzando sus ojos profundos como el cielo de oriente-. Creo que no podría amar a quien no fuese distinguido.

-Todos los grandes hombres: Moisés, Homero, Atila, Mahoma, Carlomagno, el Dante, Cromwell, Napoleón estaban dotados, según la historia cuenta, de una distinción exquisita y de mil delicadezas encantadoras en sus modos, rayanas en el melindre... Esas fueron las causas de sus éxitos, mas volvamos a la ópera.

-¿Ah, la obra?... -repuso miss Alicia Clary con una mueca deliciosamente desdeñosa, como una Venus mirando a Diana y a Juno---, entre nosotros, me ha parecido un poco.

-¿Sí, verdad? Un poco .... --dijo ,Edison alzando las cejas y conservando la mirada atónita.

-¡Eso mismo! -exclamó ella, aspirando entre sus manos las rosas de té.

-Sí, claro... , no es de actualidad -resumió el inventor con tono seco y perentorio.

-Primero y principal, no me agradan los disparos en escena. Hacen brincar. Y precisamente empieza con tres tiros. Hacer ruido no es hacer arte.

-Además, es tan fácil que ocurra un accidente!

La obra ganaría si se suprimiesen esas detonaciones.

-Esa ópera es de lo más fantástico–murmuró miss Alicia.

-Ya se acabó el tiempo de lo fantástico. Vivimos en una época en que sólo lo positivo tiene derecho a que le prestemos atención. ¿Y la música, qué os ha parecido?

El inventor alargó los labios de una manera interrogativa:

  • Me he marchado antes del vals -respondió sencillamente la joven, como si así declinara toda posibilidad de apreciación.

La voz articuló esa frase con tan pura inflexión de contralto que sonó a algo celeste. Para un extraño que no hablara la lengua de los convidados, miss Alicia Clary hubiera aparecido como el fantasma sublime de una Hipatia, de rostro ateniense, errante en la noche a través de Tierra Santa, descifrando a la luz de las estrellas, entre las ruinas de Sión, algún pasaje olvidado del Cantar de los Cantares.

Lord Ewald, como hombre que no concede atención a las minucias y accidentes circundantes, parecía únicamente preocupado por las burbujas irisadas que brillaban en la rojiza espuma de su copa.

- Eso es otra cosa -respondió sin conmoverse Edison-. Concibo que no podáis formar juicios acerca de mamarrachadas... como las escenas del bosque y de la fundición de las balas, o como el trozo de la calma de la noche.

- Ese forma parte de mi repertorio --suspiró miss Alicia Clary-. La cantante de Nueva York se cansa por poco. Yo podría cantarlo diez veces seguidas sin que se me notara nada, lo mismo que os canté Casta divacierta noche -añadió volviéndose hacia lord Ewald. N o comprendo que se escuche seriamente a las cantantes que tanto se entusiasman. Me parece que me encuentro en una asamblea de locos cuando oigo aplaudir semejantes extravíos.

- ¡Qué bien os comprendo yo, miss Alicia Clary!-, exclamó el electrólogo. Y enmudeció en seguida.

Acababa de sorprender la mirada que lord Ewald, en un momento de distracción sombría, arrojó sobre las sortijas de la virtuosa.

  • Sin duda, pensaba en Hadaly.

Edison alzando la cabeza pronunció:

- Omitimos hasta ahora, me parece, una cuestión en extremo grave.

- ¿Cuál? -preguntó miss Alicia Clary.

Y se volvió hacia lord Ewald, extrañada por su silencio:

  • La de los emolumentos a que aspiráis.

Alicia dejó de mirar al joven lord.

  • ¡Oh, yo no soy una mujer metalizada!
  • Sólo tenéis el corazón de oro -respondió galantemente Edison, inclinándose.
  • El dinero es necesario –moduló la incomparable criatura con un suspiro que un poeta no hubiera denegado a Desdémona.

¡Qué lástima! ... ¡Y más siendo artista! –dijo Edison.

Miss Alicia, más insensible a esa galantería, dijo:

-Las grandes artistas se miden por el dinero que ganan. Hoy soy más rica de lo. que necesitan .mis gustos naturales. Sin embargo, quisiera deber mi fortuna a mi profesión, quiero decir, a mi arte.

-Me parece de una delicadeza digna de ser alabada...

-Si pudiera…  por ejemplo –vacilaba mirando al ingeniero- doce mil.

Edison frunció las cejas imperceptiblemente.

-0 seis... --repuso miss Alicia.

El rostro de Edison se esclareció un tanto.

-De cinco a veinte mil dólares por año -acabo, enardecida y sonriente como la divina Anadiómena alumbrando el alba y las olas con su aparición-. Y estaré muy contenta, aunque no sea más que por la gloria.

El rostro de Edison se aclaró del todo.

-¡Cuánta modestia! ¡Creí que ibais a contar por guineas!

Por la frente de la muchacha pasó una sombra de contrariedad.

-Ya sabéis lo que son los debuts. –dijo ella. -No hay que ser exigentes! Mi divisa es además: "Todo por el arte".

Edison le tendió la mano.

-Me he encontrado con el desinterés de un alma elevada, mas, ¡alto!... desechemos las adulaciones prematuras. No hay peor maza que el incensario torpemente manejado. Esperemos. ¿Un dedo más de este vino de Canarias?

De pronto la joven, como si se despertara, miró a su alrededor con extrañeza.

-Pero... ¿dónde estoy? --murmuró.

-En el taller del más grande y original escultor de la Unión. Es una mujer. Esta aclaración debe revelaros su nombre: la señora Any Sowana. Le he arrendado esta parte del castillo.

-¡Qué chocante! He visto algunos instrumentos de escultura en Italia y en nada se parecían a estos.

-¡Qué queréis! Es el método nuevo. Hoy somos cada vez más expeditivos. Todo se simplifica. Pero de la gran artista. en el taller de la cual estamos y que se llama Any Sowana, ¿no oísteis nunca hablar?

-Sí, creo que sí -dijo a todo evento miss Alicia Clary.

-Seguro estaba de ello; su fama ha atravesado el Océano. Esta soberana cinceladora del mármol y del alabastro es literalmente prodigiosa en su rapidez. Procede con medios completamente nuevos. Es un descubrimiento reciente. En tres semanas reproduce magníficamente y con fidelidad escrupulosa lo mismo los humanos que los animales. ¿No sabéis, miss Alicia Clary;. que hoy la buena sociedad ha sustituido el retrato por la estatua 7 El mármol está de moda. Las más altas damas o las más distinguidas celebridades del mundo del arte han comprendido con su tacto femenino que la dignidad y la belleza de sus líneas corporales nunca podían ser shockings. Precisamente, la señora Any Sowana está ausente, porque está acabando la estatua de cuerpo entero de la encantadora reina de-Taiti de paso por Nueva York.

Miss Alicia pareció extrañarse.

-¿Cómo el gran mundo lo ha aceptado como decoroso?

-Y también el mundo de las artes. ¿No habéis visto las estatuas de Rachel, de Jenny Lind, de Lola Montes?

-Sí, creo haberlas visto... --dijo ella como s1 persiguiera un recuerdo

-¿Y la de la princesa Borghése

-De esa recuerdo, creo haberla visto en España. Sí, en Florencia- interrumpió soñadora miss Alicia Clary.

-Desde que una princesa dio el ejemplo, la cuestión ha sido admitida y acogida favorablemente en todas las esferas. Cuando una artista está dotada de una gran belleza, es obligatorio que se mande hacer su propia estatua antes de que se la levanten. ¿Tendréis expuesta la vuestra en los salones anuales de Londres? N o sé como el recuerdo de ella, capaz de llamar la atención de mi admirativa curiosidad, se ha disipado en mi memoria. Me avergüenzo a1 confesarlo pero no recuerdo vuestra estatua.

"Miss Alicia bajó los ojos.

-N0 tengo más que mi busto en mármol blanco y fotografías. Ignoraba que...

-Es un crimen de lesa-humanidad. Además, desde el punto de vista del reclamo indispensable a los grandes artistas, es un grave olvido. No me extraña que no seáis ya de aquellas cuyo solo nombre es una fortuna para un teatro y cuyo talento está fuera de precio

Al proferir aquellas absurdas palabras, el electricista enviaba un fulgor vivo al fondo de las pupilas de su interlocutora.

-Hubierais debido advertirme de eso –dijo Alicia dirigiéndose al joven.

-¿No os llevé al Louvre? -respondió él.

-Sí, delante de una estatua que se parece a mí y que no tiene brazos. Pero todos nos descubren el parecido.

¡Vaya una cosa!

-Un consejo: aprovechad la ocasión –exclamó Edison sin dejar de dirigir su vibrante mirada a las pupilas de la virtuosadeslumbrante.

-Si está de moda, ¿por qué no? -dijo Alicia.

-Bien. Como el tiempo es oro, mientras ensayamos algunas escenas de producciones dramáticas de nuevo orden, la señora Any Sowana pondrá manos a la obra, auxiliada

por mis indicaciones, cuanto antes. Así que en tres semanas ... Veréis qué pronto lo hace.

-Si es posible empezaremos mañana –interrumpió la muchacha-. ¿Y cómo posaré? -añadió mojando sus labios de rosa roja en la copa.

-Sin ñoñerías -dijo Edison-. Atrevámonos a asustar de antemano a las rivales. Hay que sorprender a la multitud con uno de esos golpes de audacia que repercuten en ambos continentes.

-Mejor que mejor -respondió ella-, con tal de llegardebo hacerlo todo.

-Desde el punto de vista del reclamo, vuestra estatua me parece indispensable en los foyers de Covent Garden o de Drury Lane. Una bella y magnífica estatua de cantante predispone a los diletantes, desorienta a la muchedumbre y seduce a los directores. Posad en Eva: es la pose más distinguida. Apostaré que ninguna artista después de usted, se atreverá a representar ni a cantar La Eva Futura.

-¿Como Eva, decís? ¿Es un papel de repertorio nuevo?

-Naturalmente -dijo Edison-. Será sencillo, pero augusto, que es lo esencial. Para una belleza tan sorprendente como la vuestra es la única posepor todos conceptos conveniente.

-Es verdad; soy muy bella·-murmuró la joven con una melancolía extraña-. Después, alzando la cabeza, preguntó:

-¿Qué pensáis de ello, milord Ewald?

-El buen amigo Tomás os da un excelente consejo -dijo él con abandono.

-Además, el gran arte justifica la estatua y la belleza desarma al más severo. ¿No están las Tres Gracias en el Vaticano? ¿No subyugó Friné el Areópago? Si vuestros éxitos lo exigen, lord Ewald no será tan cruel que levante objeción alguna.

-Convenido -dijo Alicia.

-Bien. Desde mañana. Advertiré a Sowana a mediodía. ¿A qué hora queréis que os espere?

-A las dos.

-Bien. Ahora, la más profunda de las reservas -añadió Edison poniendo un dedo sobre sus labios-. Si se supiera que me consagro a vuestro debut, estaría como Orfeo entre las bacantes y me jugarían una mala partida.

-Estad tranquilo -exclamó miss Alicia.

Después, acercándose a lord Ewald, le dijo al oído.

-¿Este señor... Tomás es un hombre muy formal?

-Sí -respondió el joven-. Por eso mi telegrama fue tan apremiante.

Habían llegado a los postres.

Edison trazó con lápiz unas cifras en el mantel.

-¿Escribís? -preguntó lord Ewald.

-N o es nada -murmuró el ingeniero-, un descubrimiento del que tomo nota, a prisa, para que no se me olvide.

La mirada de la joven vino a caer sobre la reluciente flor que Hadaly había dado a lord Ewald y que éste, por descuido, llevaba aún en la solapa.

-¿Qué es eso? -dijo dejando la copita de licor y alargando la mano.

Edison se levantó y fue a abrir la ventana mayor. De las que daban al parque. El claro de luna era admirable. Se apoyó en la balaustrada, fumando, vuelta la espalda a los astros.

Lord Ewald vaciló ante el gesto y la pregunta de la viviente. Tuvo un movimiento involuntario para defender la flor.

-Sois demasiado real para aspirar a ella.

De pronto, algo le hizo cerrar los ojos. Allá, en las gradas de su solio mágico, apareció Hadaly: Con su brazo brillante levantó la colgadura d terciopelo granate.

Bajo su armadura y su velo negro permaneció inmóvil como una aparición.

Miss! Alicia Clary, que estaba de espaldas no podía ver al androide.

Esta debía hacer estado atenta a las últimas circunstancias de la conversación envió con la mano un beso a lord Ewald, quien se levantó bruscamente.

-¿Qué es eso? ¿Qué os pasa? Me asustáis – dijo la joven

Él no contestó. Volvió a caer la colgadura y desapareció el fantasma.

Aprovechando aquel momento de distracción de miss Alicia Clary, el gran electricista extendió la mano sobre su frente.

Sus párpados se cerraron gradualmente sobre sus ojos de aurora; sus brazos esculpidos en mármol de Paros se quedaron inmóviles: el uno sobre la mesa; el otro, sobre un cojín, guardando el ramillete de pálidas rosas.

Parecía una estatua de la Venus olímpica, ataviada a la última moda y en tal actitud. La belleza de su rostro estaba iluminada por un reflejo sobrehumano.

Lord Ewald, quien presenció el gesto y el efecto del sueño magnético, tomó la mano fría de miss Alicia.

-Muchas veces -dijo- he sido espectador en experiencias semejantes; esta me testimonia una rara energía de fluido nervioso y una voluntad.

-Todos nacemos dotados, en diversos grados, de esa facultad vibrante: yo, con paciencia, he desarrollado la mía; he ahí todo. Puedo decir, además, que mañana, en el momento en que yo piense que son las dos de la tarde, nadie impedirá a esta mujer, a menos de ponerla en peligro de muerte, de venir a este estrado y prestarse a la convenida experiencia. Todavía tenéis tiempo para decidiros y para olvidar nuestro hermoso proyecto de esta noche. Podéis hablar como sí estuviéramos solos; ya no nos oye.

En aquel momento, la blanca Hadaly reapareció apartando las colgaduras. Inmóvil, bajo su velo de luto, permaneció como pensativa, cruzando los brazos de plata sobre el seno.

El joven y grave señor, mostrando a la burguesa dormida, respondió:

-Querido Edison, tenéis mi palabra, y a ella puedo añadir que carezco de frivolidad en el cumplimiento de mis compromisos.

Bien sabemos, usted tanto como yo, que los seres extraordinarios están diseminados en nuestra especie y que, después de todo, esta mujer, salvo su esplendor corporal, es como muchos millones de semejantes suyas, entre las cuales y sus afortunados poseedores, la desatención intelectual es recíproca.

Soy tan poco difícil respecto de aquello que se debe esperar de una mujer, aun superior, que si esta estuviera dotada de la más mínima eventualidad de ternura por un ser cualquiera, miraría como un sacrilegio la obra proyectada entre nosotros.

Acabáis de comprobar la endémica, la incurable, la egoísta aridez que, unida a su fastidiosa suficiencia animan esa forma sobrenatural. Ya sabemos que su triste yo no puede amar a nadie, pues no tiene en su turbia y contumaz entidad algo que le haga experimentar lo que acredita y define al ser verdaderamente humano.

Su corazónse va agriando poco a poco bajo el influjo de lo huero de sus ideas, que tienen la particularidad de envolver con los reflejos de su esencia todo cuanto la rodea. Aun quitándole la vida, no se le arrancaría su sorda,, opaca, ramplona y lamentable mediocridad. Es así, sólo Dios, solicitado por la fe, puede modificar lo intimo de una criatura

¿Por qué quiero libertarme, aunque sea de· un modo, fatal, del amor que me inspiró su cuerpo? ¿Por  qué no he de contentarme, como harían muchos de mis semejantes, en gozar únicamente de su belleza física prescindiendo de lo que la anima,

Porque no puede atenuar en mi conciencia, con ningún razonamiento, una secreta certidumbre cuya permanencia me roe el alma con un remordimiento insoportable.

Ahora siento en mi corazón, en mi cuerpo y en mi espíritu que en todo acto de amor no se escoge solamente la ración de nuestro deseo. Es desafiarse a sí mismo por cobardía sensual, aceptar un alma y fundirla con la nuestra, creyendo que se pueden excluir los atributos que no sean inconvenientes. Como aquel espíritu es el único que puede producir las formas y los deseos que anhelamos,no cabe más que desposare con el todo. El enamorado quiere ahogar inútilmente aquel pensamiento último y absoluto que es el convencimiento de que de que se ha empapado todo, del alma que poseyó con ,el cuerpo, y a la cual, cándidamente, creyó que podía excluir y descartar, desentendiéndose de ella en el abrazo.

No puedo en ningún instante desterrar esta evidencia interior, que me obsesiona, de que mi yo, mi ser oculto, esta ya para siempre inoculado por la miseria de esa alma fangosa, de instintos tan oscuros que no pueden extraer belleza alguna ¿Qué son las cosas sino nuestros conceptos? ¿Qué somos nosotros sino aquel deleite que al admirar las cosas nos trae el reconocimiento de encontrar en ellas algo de nosotros mismos?

Lo confieso con toda sinceridad; creo haber cometido una bajeza indeleble al poseerla. No sé cómo rehabilitarmede ese acto; por eso quería castigar mi debilidad con una muerte purificadora. Aunque se burlara de mí toda la especie humana, conservaré originalidad para tomar esto en serio; mi divisa familiar es: Etiamsi omnes, ego non.

Os atestiguo por última vez, que de no haberme hecho esa súbita, curiosa y fantástica proposición, no escucharía esas campanadas que suenan en la noche.

Estaba hastiado del momento.

Ahora que ya tengo derecho a mirar el físico velo del ideal de esta mujer como un trofeo ganado en un combate, del cual, a pesar de ser victorioso, salgo mortalmente herido, me permito disponer de ese velo diciéndoos como resumen de nuestra velada : "Considerando el poder de vuestra prodigiosa inteligencia, os confío este pálido fantasma humano para que lo transfiguréis. Y si en tal empresa libertáis la forma sagrada del cuerpo de la enfermedad de su alma, yo os juro intentar el acabamiento y perfección de esa entidad redentora."

-Está bien -dijo Edison.

-Lo habéis jurado -añadió con voz melodiosa y triste Hadaly.

Las cortinas se cerraron. Brilló una chispa. El rozamiento de la plataforma que se hundía en la tierra y vibró algunos segundos y después se extinguió.

Edison, por medio de dos o tres pases sobre la cabeza de la durmiente, le restituyó a la conciencia. Mientras tanto, lord Ewald se calzaba los guantes como si nada hubiera sucedido.

Miss Alicia Clary se despertó, reanudando la interrogación en aquel punto en que quedara interrumpida:

-¿... por qué no me decís si os gusta, lord Ewald?

Al escuchar su título tan estúpidamente otorgado, no tuvo el joven una de esas muecas amargas con que los gentileshombres de alcurnia acogen esos tratamientos

que les da la sociedad trivial. Sólo respondió:

-Querida Alicia, excusadme, estoy un poco fatigado.

Las ventanas seguían abiertas ante la noche estrellada que palidecía en Oriente. Se oyó el ruido de un coche y el crujir de la arena del parque.

-Vienen por ustedes -dijo Edison.

-Se ha hecho muy tarde -dijo lord Ewald encendiendo un cigarro- ¿N o tenéis sueño, Alicia?

-Sí, quisiera descansar un poco.

El electrólogo intervino:

He aquí vuestras señas. Las habitaciones son de lo mejor que podéis desear en viaje. Hasta mañana.

Buenas noches.

El coche condujo a los dos amantes desde Menlo Park a su nido improvisado.

Cuando se quedó solo, Edison reflexionó un momento. Después de cerrar las persianas, murmuró:

- iQue noche! Este muchacho místico, este aristócrata encantador, no se da cuenta de que ese parecido con la estatua reconocible en la forma carnal de esa mujer; esa semejanza, es algo enfermizo,consecuencia de un antojoen su ascendencia. Ella ha nacido así como otras nacen con manchas. Es un fenómeno tan normal como el de la mujer gigante. Su parecido con la Venus Victrix no es más que una especie de elefantiasis que le traerá la muerte, una deformidad patológica que padece su propia naturaleza. Sin embargo, es misterioso que esa sublime monstruosidad  haya venido al mundo para legitimar mi primer androide. La experiencia es bonita. Manos a la obra Y que la sombra se haga. Creo que también me he ganado esta noche el derecho de dormir unas horas.

Anduvo hacia el centro del laboratorio:

--Sowana -llamó a media voz y con una entonación particular.

Una voz femenina, pura y grave, igual a aquella que se oyó en el crepúsculo vespertino, respondió invisible.

-Heme aquí, querido Edison. ¿Qué me decís?

-Durante unos momentos el resultado me ha desconcertado a mí mismo, dijo Edison. En verdad, supera toda esperanza. Es algo mágico

-Eso no es nada todavía, dijo la voz- Después de la encarnación será sobrenatural

Tras de un largo silencio, Edison ordenó:

-Despertaos y descansad.

Tocó el botón de un aparato; las tres lámparas radiantes se apagaron a un tiempo.

La lamparilla brillaba todavía y alumbraba el misterioso brazo que sobre el cojín de la mesa de ébano ostentaba en la muñeca una víbora de oro cuyos ojos azules parecían en la oscuridad mirar al gran inventor.

IMPORTUNIDADES DE LA GLORIA

El obrero que no trabaje veinticinco horas diarias no puede entrar en mi taller.

Edison

Durante la quincena siguiente a aquella velada, el sol doró alegremente el afortunado distrito de Nueva Jersey.

El otoño avanzaba: las hojas de los grandes áceres de Menlo Park se veteaban de púrpura. El aire las sacudía más reciamente de día en día.

El castillo de Edison y sus jardines aparecían distintamente en los crepúsculos azules. Las aves de los alrededores, acostumbradas a los ramajes frondosos, piaban su canción de invierno, ahuecando la pluma.

Durante esa serie de días hermosos reinó gran inquietud en los Estados Unidos, y en particular en Boston, Filadelfia y Nueva York. Edison había suspendido toda recepción desde la visita de lord Ewald.

Encerrado con sus aparejadores y mecánicos, no salía. Los curiosos periodistasencontraron la puerta cerrada; defraudados, intentaron sondear a Martín, mas su mutismo sonriente desconcertó sus tentativas. Periódicos y revistas se conmovieron  ¿Qué hacía el brujo de Menlo Park, el papá del fonógrafo? Empezaron a circular rumores concernientes a la adaptación del contador eléctrico.

Algunos detectives hábiles quisieron alquilar casas cuya proximidad pudiera servir para sorprender las experiencias. Fueron dólares perdidos. No se veía nada desde aquellos malditos huecos. La Compañía del Gas, profundamente inquieta, envió sabuesos sagaces que se instalaron en los cerros circundantes y que, provistos de poderosos catalejos, otearon con perspicacia los jardines.

Frente al laboratorio, el follaje de una avenida impedía toda investigación. Se había visto, empero, a una bellísima dama vestida de azul que cogía flores en los arriates. Esta noticia había aterrado a la Compañía del Gas.

El inventor quería dársela con queso. Era evidente. ¡Vamos... ! ¡Y vestida de seda azul! No cabía duda: quería engañarles. ¿Habría descubierto la división del fluido? Ellos no eran tan tontos para que... ¡Aquel hombre era un castigo social!

Llegó al colmo la ansiedad cuando se supo que Edison había requerido al excelente doctor Samuelson D. D. y al famoso odontólogo W. Pejor, dentista de la alta sociedadamericana.

El rayo no hubiera divulgado con mayor rapidez que los medios humanos, que Edison era presa de un flemón terrible y alucinante, poniéndole en peligro de meningitis e inflamándole la cabeza, que había adquirido el tamaño del Capitolio de Washington.

Se temía la complicación de un ataque al cerebro. ¡ Era hombre perdido! Los accionistas del Gas, cuyos valores habían bajado considerablemente, se estremecieron de alegría al conocer la noticia. Se echaron unos en brazos de otros llorando de satisfacción y pronunciando palabras incoherentes.

Tras haberse fatigado por sus esfuerzos infructuosos en la elección de términos suficientemente encomiásticos para redactar conjuntamente, en una gira, el himno que pensaban dedicarle, renunciaron a su elaboración y optaron por adquirir el mayor número de acciones al portador de la Sociedad, fundada sobre el capital intelectual de Edison y la explotación de sus descubrimientos, aprovechando la baja.

Cuando el venerable doctor Samuelson D. D. y el ilustre W. Pejor afirmaron por su honor, al volver a Nueva York, que la vida del mirífico brujo nunca había estado más segura y que, durante su estancia en Menlo Park, sólo se había ocupado en ensayar algunos anestésicos de su invención en la persona de la dama vestida de azul,. hubo una verdadera catástrofe bursátil de varios millones de dólares. Los recientes compradores prorrumpieron en verdaderos aullidos. Fueron .votados tres gruñidos oficiales al final del cenáculo de consolación que celebraron los perspicaces especuladores de la famosa baja. Nada más natural que acontecimientos de esa clase en un país en donde el más diáfano asunto depende de la industria, la actividad y los descubrimientos.

Repuestos parcialmente de la alerta y del pánico la tranquilidad de los espíritus debilitó bastante las 'asperezas del espionaje.

Una noche, al saberse que una caja de dimensiones importantes, expedida a nombre de Edison llegaría a Menlo Park en camión, los detectives mercenarios dieron pruebas de una insólita moderación. Su procedimiento de inquirir fue censurado como excesivamente benévolo y puerilmente ingenioso.

Primeramente, se limitaron a lanzarse sobre el conductor y los criados negros, sin vanos preámbulos, y molerlos a estacazos hasta dejarlos por muertos en la carretera. A la luz de sus antorchas se apresuraron a abrir el cajón, poniendo el mayor cuidado y delicadeza en sus maniobras, es decir, metiendo unas palancas en las aberturas de las tablas hasta romperlas.

¡Al fin podrían examinar los nuevos elementos eléctricos y ver en qué consistía el contador encargado por Edison.

Procedió el jefe de la expedición al examen minucioso del contenido de la caja y no halló más que un traje de seda azul, botas del mismo matiz, unas medias muy finas, una caja de guantes perfumados, un abanico de ébano tallado, unas puntillas negras, un corsé encantador y ligerísimo con lazos color fuego, peinadores de batista, una caja de joyas con pendientes, sortijas y pulseras, frascos de esencia, pañuelos bordados con la inicial H., etc. Todo un equipo femenino.

Ante tal espectáculo, los agentes quedaron estupefactos rodeando el cofre. Silenciosos y haciendo muecas quedaron aquellos buenos señores, con la barbilla entre los dedos, saboreando las heces de su inconveniencia. Enloquecidos, cruzaban violentamente los brazos o se ponían en jarras, enarcando las cejas y mirándose con ojos desconfiados y medrosos. Medio asfixiados por el humo de las antorchas de sus subalternos, con reprimidas exclamaciones, convinieron que el papá del fonógrafo se burlaba de ellos.

Comprendió el jefe de la partida que la tropelía cometida podía tener malas consecuencias y se dispuso a ordenar, por medio de imprecaciones escogidas que devolvieron el sentido de la realidad a la horda, que con prontitud y cuidado llevaran el cuerpo del delito a su destino.

Obedeció la cáfila poniéndose en marcha. En la verja de casa de Edison hallaron cordial recibimiento en Martín y sus colegas, que, revólver en mano, les agradecieron calurosamente el trabajo que tan oficiosamente se tomaban. Los empleados del ingeniero se apoderaron del cajón y proyectaron sobre los mencionados caballeros una llamarada de magnesio que reprodujo fotográficamente sus carotas híspidas e hircanianas.

Merecedores de una generosa recompensa, gracias a un oportuno telegrama de Edison que precedió al envío del retrato en grupo, obtuvieron por disposición del constatable el premio de unos meses de penumbra. Los que les habían encargado tal m1s1on fueron los primeros en acusarles ante el funcionario por sus benévolos procedimientos. Aquello contribuyó a amortiguar la vigilancia de la pública curiosidad.

¿Qué podría hacer Edison? ¿Qué imaginaba? Los impacientes quisieron derribar la verja, pero el ingeniero advirtió por los periódicos que la pondría en comunicación con una importante corriente. Desde entonces, los curiosos se mantuvieron a cierta distancia. ¿Qué guardas, vigilantes o serenos pueden competir con la electricidad? ¡Intentad corromperla! A menos de ir revestidos de herméticos y espesos vestidos de cristal, la tentativa tendría amargas consecuencias y su resultado sería siempre negativo.

Las conversaciones proseguían:

"¿Qué hacer? ¿Hay que interrogar a míster Edison? ¿N os recibirá bien? ¿Cómo se podría saber? ¿Y los niños? Acostumbrados a un eterno mutismo, preguntarles algo es perder el tiempo. Hay que esperar."

Por entonces, Toro Sentado, el jefe de los últimos pieles-rojas del Norte, consiguió una inesperada v sangrienta victoria sobre las tropas americanas enviadas para combatirle. Habiendo quedado diezmada la flor de la juventud de las ciudades del noroeste de la Unión, la atención pública se traslado al peligro amenazante de los indios y abandono a Edison por unos días.

Aprovechó la circunstancia el ingeniero para enviar a Washington a uno de sus mecánicos con encargo de entenderse con el primer peluquero de lujo de la capital. Entregó a éste, el inteligente emisario, una muestra de pelo ondulado y moreno, con una nota expresiva al milígramo y al milímetro del peso y la longitud de aquel que quería imitar y sustituir. También puso en sus manos cuatro fotografías de tamaño natural de una cabeza de mujer, cuyo rostro cubría un antifaz, con las cuales había de tener datos suficientes para obtener el carácter y descuidodel peinado.

Como se trataba de Edison, los cabellos fueron escogidos, pesados y servidos en menos de dos horas.

El enviado entrego al art1sta un te¡1do sutil que remedaba una dermis capilar de aspecto tan natural que el peluquero, tras examinarlo, no pudo menos de decir:

-¡Parece un cuero cabelludo acabado de arrancar! Está curtido por un procedimiento insospechable. ¡Es maravilloso! Debe ser una sustancia que... ¡Con tal sistema desaparece toda la rigidez de la peluca!

El edecán de Edison le respondió:

-Esto se amolda exactamente a la bóveda craneana, al occipucio y a los parietales de una persona de las más elegantes. Después de unas fiebres teme perder el cabello y desea reemplazarlo durante algún tiempo por éste. Aquí están los perfumes y el aceite que usa. Se trata de que haga usted una obra maestra: el precio es lo de menos. Haced que trabajen día y noche tres o cuatro de vuestros mejores artistas en tramar la cabellera con este tejido, imitando la Naturaleza con toda fidelidad. Ni más ni menos. ¡Sobre todo, no consigáis algo que esté mejor que la Naturaleza. Idénticamente. Mirad las presentes fotografías, con lupa revisaréis los rizos rebeldes y mechoncillos. El señor Edison desea el encargo para dentro de seis días y no me marcharé sin llevármelo.

Ante el apremio del plazo, el peluquero lanzó agudos gritos. Sin embargo, al cuarto día por la noche, el enviado volvió a Menlo Park con una caja en la mano.

Cuchicheaban los mejor informados de aquellos al-·rededores que una misteriosa carroza se paraba todas las mañanas frente a una puerta recién abierta en la muralla del parque. Una dama joven, casi siempre vestida de azul, bellísima, muy distinguida, bajaba de ella, sola, y pasaba el día con Edison y sus ayudantes en el laboratorio o paseaba por las avenidas del parque. Por la noche, el mismo vehículo venía a recogerla y la llevaba a una posesión suntuosa recién alquilada por un aristócrata inglés joven y gallardo. "¿Para qué tanto secreto sobre este asunto tan pueril?

-¿Y aquella reclusión inexplicable?...

-¿Qué relación guardaban aquellos episodios novelescos con las conquistas de la ciencia? ¡Qué hombre más extraño! "

La pública curiosidad, fatigada, esperó que pasara el frenesídel gran ingeniero.-

EN UNA TARDE DE ECLIPSE

Una tarde de otoño en que el aire dormía inmóvil y bajo, mi amada me llamó. Un velo de bruma cubría la tierra. Hubiérase dicho, al ver los esplendores de octubre en el follaje y el cálido arrebol en el cielo, que el arco iris había bajado del firmamento.
He aquí el día más hermoso de los días –me dijo al acercarme- el más bello para vivir o morir. Espléndido para los hijos de la tierra y de la vida y más aún para las hijas del Cielo y de la Muerte


EDGARD ALLAN POE. MORELLIA

Una de las últimas tardes de la tercera semana, lord Ewald bajó de su caballo ante la cancela de Edison y, después de dar su nombre, penetró por una de las avenidas que llevaban hasta el laboratorio.

Hacía diez minutos, al leer los periódicos, esperando la vuelta de miss Alicia Clary, el joven recibió el siguiente telegrama:

"Menlo Park: Lord Ewald, 7-8-5, 22 m. Tarde. Desearía me concedierais unos momentos, Hadaly."

En vista del despacho, lord Ewald ordenó que ensillasen el caballo.

Declinaba la tormentosa tarde: parecía que la naturaleza se complicaba en el esperado acontecimiento. Diríase que Edison había escogido el momento.

Era un crepúsculo de un día de eclipse. En el poniente, unos rayos de aurora boreal alargaban en la bóveda del cielo las varillas de su imponente abanico. El horizonte parecía una decoración. El aire vibraba, enervante. Los estremecimientos de un aire tibio Y      denso hacían revolotear las hojas caídas. Del sur  al noroeste asomaban monstruosas nubes, de algodón violeta ribeteadas de oro. El cielo parecía artificial. Por encima de las montañas septentrionales unos tenues, largos y lívidos relámpagos se cruzaban como hojas de espada. El fondo de las sombras era amenazador.

El joven vio en el cielo el reflejo de sus preocupaciones. Cuando llegó al umbral del, laboratorio. Tuvo un segundo de vacilación. Vio a través de los cristales a miss Alicia Clary, que estaba en sus últimas sesiones y recitaba algo, sin duda, al maestro Tomás. A pesar de todo, entró.

Edison estaba envuelto en su bata y sentado en un sillón. Tenía en sus manos unos manuscritos.

Al oír el ruido de la puerta, miss Alicia dijo volviéndose:

-Ahí está lord Ewald.

Este no había vuelto al laboratorio desde la noche terrible.

Al ver al joven elegante, Edison se levanto y se estrecharon la mano.

-El telegrama que he recibido era de una concisión tan elocuente que por primera vez en mi vida he tenido que ponerme los guantes en camino.

Saludó el lord a Alicia.

-Vuestra mano. ¿Ensayabais?

-Sí, estamos acabando. Es un repaso.

Edison y lord Ewald se apartaron unos pasos. Este preguntó:

-¿Ha venido ya al mundo la gran obra, el Ideal eléctrico, nuestra maravilla, o mejor dicho... la vuestra?

-La veréis después de la marcha de miss Alicia. Alejadla y procurad que nos quedemos solos.

-¡Ya! -dijo lord Ewald pensativo.

-He cumplido mi palabra.

-¿Alicia no sospecha nada?

-La hemos engañado con un boceto en barro. Hadaly estaba escondida -tras el paño impenetrable de mis objetivos y la señora Any Sowana ha demostrado ser una genial artista.

-¿Y vuestros mecánicos?

-No han podido ver en todo ello más que una experiencia de foto escultura. Lo demás está en secreto. Además no he hecho saltar la chispa respiratoria hasta esta mañana a la salida del sol... que se ha eclipsado de .extrañeza -añadió riendo Edison.

-Confieso que no estoy exento de impaciencia por contemplar  a Hadaly lograda.

-La veréis-esta noche. No la vais a reconocer, dijo

Edison. He de advertiros que es mucho más sorprendente de lo que creía.

-Señores -exclamó miss Alicia-, ¿están ustedes conspirando?

-Señorita -dijo Edison volviéndose hacia ella-, manifestaba a lord Ewald mi satisfacción por vuestra asidua docilidad, por vuestro talento y voz magnífica. Le expresaba también una profecía acerca del brillante porvenir que os espera.

-Señor Tomás, podéis decir todo eso en voz alta -respondió Alicia. No hay en ello nada .ofensivo. Iluminó sus palabras con su sonrisa y añadió con una amenaza de dedos muy femenina.

-Tengo que decir también algo a lord Ewald. No me contraría que esté aquí. Abrigo algunas sospechas acerca de todo cuanto acontece a mi alrededor hace tres semanas. Hay en ello algo que me causa pena. Me habéis dado a entender, hoy mismo, con una palabra muy chocante, la existencia de un enigma absurdo... Con un aire digno que pretendía parecer inflexible dijo:

-Permitidnos a lord Ewald y a mí que demos una vuelta por el parque; hay que esclarecer una duda acerca de.

-Bien -respondió lord Ewald un poco contrariado y después de cambiar una mirada con Edison-. Yo tengo que hablar .asimismo con maese Tomásy sus instantes son preciosos.

-No he de entreteneros –atajó Alicia-.. Es de mejor gusto que no os hable de ello delante de él.

Tomó el brazo de su amante. Entraron en el parque y anduvieron por la umbría alameda.

Lord Ewald estaba impaciente y pensaba en los encantados subterráneos donde dentro de unos momentos se encontraría con la Eva futura

Cuando se marcharon los jóvenes, el rostro de Edison tomó una expresión de inquietud y de concentración profundas. Sin duda temía que la necesidad de miss Alicia revelara algo confidencial. Apartó la cortina de la puerta de cristales y les siguió con la mirada. Luego se acercó a. una mesita donde había un anteojo marino, un micrófono y un manipulador eléctrico. Los hilos de los instrumentos atravesaban el muro e iban a perderse con otros que se entrecruzaban por encima de los árboles e irradiaban en todas direcciones.

Parecía presentir una escena de media ruptura y se empeñaba en oírla antes de hacer entrega de Hadaly

-¿Qué querías de mí, Alicia? -· preguntó lord Ewald.

-Ahora mismo -respondió ella-, cuando estemos en la avenida. Está tan oscura que nadie podrá vernos. Se trata de una preocupación muy rara que me ha asaltado hoy por vez primera en mi vida, Ahora te lo diré.

-Como gustes -respondió lord Ewald.

La tarde estaba todavía turbia. Las líneas de fuego rosa se adelgazaban en el horizonte; algunas estrellas precoces parpadeaban entre las nubes en los claros azules del espacio. Las hojas susurraban con un áspero ruido en la bóveda de follaje; el olor de la hierba y  de 1as flores era muy vivo, húmedo y delicioso.

-¡Qué hermosa tarde!- murmuró ella.

Lord Ewald, preocupado, no la oía. La interrogó con voz agobiada, llena de un deje amargo y mordaz.

-¿Qué queríais decirme, Alicia?

-No tengo prisa. Vamos a sentarnos en aquel banco. Allí hablaremos mejor. Estoy algo cansada.

Se colgó de su brazo,

-¿Estás indispuesta, Alicia?

Ella no contestó. Parecía que también estaba preocupada -¡cosa singular!- ¿El instinto femenino le advertía algún riesgo?

Lord Ewald no supo qué pensar de las vacilaciones de la joven. La veía morder un pétalo de flor... Todo su ser ostentaba una suprema hermosura; la seda de su vestido acariciaba las flores del arriate.

Inclinó su rostro sobre el hombro de lord Ewald. El encanto de sus rizos, un poco deshechos bajo la mantilla negra, le dio una embriaguez de melancolía. Ella se sentó primero. Lord Ewald, acostumbrado a oírla acumular necedades hueras o interesadas, esperaba con paciencia la emisión de algunas nuevas.

Sin embargo, sospechó que quizá la poderosa palabra de Edison había encontrado el medio de disolver la capa de pez que ennegrecía el lamentable espíritu de la bella criatura. Pensó: si calla, no es poco.

Se sentó a su lado.

-Encuentro que estás triste desde hace unos días. ¿No tienes nada que decirme? Soy mejor amiga de lo que tú crees.

Lord Ewald estaba a mil leguas de miss Alicia Clary; pensaba en las flores inquietantes de la mansión donde Hadaly le esperaba. Al oír la pregunta, se estremeció con un imperceptible movimiento de contrariedad. Sin duda, a Edison se le había ido la lengua.

No obstante, aquella eventualidad le parecía inadmisible. No; desde la primera noche, Edison la había manejado a su gusto y con muy acres sarcasmos, Y después, con sobrados testimonios, la había evaluado, Era imposible que se hubiera extraviado el inventor en estériles ensayos de curación moral.

Empero, aquella dulce manera de interesarse por él, le sorprendía. Era el primer impulso bueno de Ahcia. ¿Advertía su  instinto algo grave?

Una idea muy razonable y más sencilla sustituyó a las primeras suposiciones. El poeta despertó en su espíritu. Juzgó que la tarde era de aquellas en que es muy difícil a dos seres humanos, en el apogeo de la belleza, de la juventud y del amor, no sentirse un poco elevados sobre la costumbre y la mediocridad de la vida. Pensó en los misterios femeninos, más profundos que el pensamiento; en los corazones oscuros que, sometidos a influencias sublimes y serenas pueden recibir el fulgor desconocido. Las sombras del momento, dulces y saludables, invitaban a tener esperanza. Llegó a creer que su infeliz querida podría, inconscientemente, obedecer en todo su ser al divino llamamiento. Era obligación suya intentar un supremo esfuerzo de resurrección para el alma sordomuda, ciega y abortada de aquella a quien amaba a pesar suyo.

La atrajo dulcemente y dijo:

-Querida Alicia, lo que tengo que decirte está hecho de alegría y de silencio, de una alegría más austera y de un silencio más maravilloso que estos que nos rodean. ¡Oh, mi amada, te adoro! Bien lo sabes .. Sólo puedo vivir a través de tu presencia. Para ser dignos de toda esta felicidad basta sentir lo inmortal a nuestro alrededor y divinizar las sensaciones. Dentro de ese pensamiento no hay desilusión. Un momento de este amor vale más que un siglo de otros amores.

Dime, ¿esta manera de amarse te parece exaltada o poco razonable? A mí me parece natural y única para no dejar penas ni remordimientos. Las más ardientes caricias de la pasión están multiplicadas, intensificadas, ennoblecidas y_ legitimadas. ¿Por qué te complaces en despreciar lo mejor de tu ser, lo eterno? Si no temiera oír tu risa joven, desesperante y dulce te diría muchas cosas más, o quizá, callándome, gozáramos de otras divinas.

Miss Alicia Clary guardaba silencio. Lord Ewald prosiguió:

-Parece que te hablo en griego. ¿Para qué, entonces, me haces preguntas? Qué podría decirte. ¿Qué palabras valen un beso de tu boca?

Era la primera vez desde hacía largo tiempo que le pedía un beso. Impresionada, sin duda, por el magnetismo de la juventud y de la puesta de sol, la muchacha parecía ceder al abrazo de lord Ewald.

¿Comprendía el dulce y ardoroso murmullo y aquellas palabras de pasión? Una lágrima saltó de entre sus pestañas y rodó por sus mejillas pálidas.

-Sufres -exclamó--, y es por mí.

Ante aquella emoción, al oír tales palabras, el joven se sintió invadido de una inefable sorpresa. En un momento dejó de pensar en la otra, en la terrible. Aquellas humanas palabras fueron suficientes para ablandar su alma y despertar en ella la esperanza.

-¡Oh, amor mío! -murmuró fuera de sí.

Sus labios se juntaron a los labios, reparadores al fin, que le consolaban. Olvidó las largas horas extenuantes que había padecido: su amor resucitaba. La infinita delicia de las alegrías puras le llenaba el corazón; su éxtasis fue tan inesperado como súbito. Aquellos vocablos disiparon como una ráfaga sus pensamientos irritados y tenebrosos. Se sintió renacer. Hadaly y sus espejismos estaban ya lejos.

Permanecieron silenciosos y enlazados durante algunos segundos; el pecho de la joven palpitaba, turbador, exhalando efluvios embriagadores. Entonces, él la estrechó en sus brazos.

Sobre las cabezas de los dos amantes el cielo se había aclarado. Las estrellas brillaban a través del follaje de la avenida. La sombra se intensificaba y era cada vez más sublime. El joven tenía el alma extraviada en el olvido y empezaba a sentirse renacer en la belleza del mundo.

La idea obsesionante de que Edison le esperaba en los subterráneos para mostrarle el oscuro prodigio den forma de androide, cruzó por su mente en aquel instante.

-¡Oh, que insensato soy! -murmuró-. Soñaba con un juguete de sacrilegio, cuyo aspecto me hubiera hecho sonreír. ¡Oh, absurda muñeca insensible!

Delante de ti, mujer singularmente bella, se desvanecen todas las demencias de la electricidad, las presiones hidráulicas y los cilindros vitales. Sin curiosidad alguna haré presente a Edison mi reconocimiento. Muy nublada por el desencanto debía estar mi mente cuando la facundia del sabio me hizo creer en tamaña posibilidad. ¡Oh, amada mía; ya te reconozco! ¡Tú existes; eres de carne y hueso, como yo; tu corazón palpita junto al mío! ¡Tus ojos han llorado! ¡Tus labios han temblado al contacto con los míos! ¡Eres la mujer a la que el amor puede hacer ideal como la belleza. ! ¡Querida Alicia, te amo! Te…

No pudo terminar.

Cuando levantó los ojos maravillados y húmedos de exquisitas lágrimas para ponerlos en aquella a quien tenía abrazada, vio que había esquivado la cabeza y le miraba fijamente. El beso con que rozó sus labios se extinguió de pronto; un aroma de ámbar y de rosas le hizo estremecerse de pies a cabeza, sin conciencia de que aquel relámpago revelador deslumbraba terriblemente su entendimiento.

Al mismo tiempo, miss Alicia Clary se levantó, y, apoyando en. los hombros del joven sus manos cargadas de radiantes sortijas le dijo con una voz sobrenatural, inolvidable y ya oída:

-¿No me reconoces? Soy Hadaly.

LA ANDROESFINGE

Os lo digo de veras: si ellos callan hablarán las piedras.

NUEVO TESTAMENTRO

Al escuchar tales palabras, el joven se sintió ultrajado por el infierno. Si Edison hubiera estado allí, lord Ewald, prescindiendo de toda consideración humana, le hubiera asesinado brusca y fríamente. La sangre se agolpó en sus arterias. Vio las cosas a través de un velo rojo. Recordó en un segundo su existencia de veintisiete años. Sus pupilas, dilatadas por el horror, se clavaron en el androide. Su corazón ahogado de amargura le quemaba el pecho, como queman los carámbanos.

Maquinalmente, se caló el lente y la examinó de pies a cabeza, de derecha a izquierda, frente a frente.

Le tomó la mano: era la mano de Alicia. Se acercó a su cuello y a su escote : era ella. Los ojos eran los suyos, pero la mirada era sublime. El atavío, el ademán... todo, hasta aquel pañuelo con que se quitaba en silencio las lágrimas que surcaban sus liliales mejillas. Era la misma, pero transfigurada, digna de su belleza: la identidad idealizada.

Como no podía rehacerse, cerró los ojos; con la palma de la mano febril enjugó el sudor frío de sus sienes.

Acababa de sufrir, de improviso, la sensación del alpinista que perdido entre las rocas oye la voz del guía  que dice:. "No mire usted a la izquierda", pero que, sin seguir la advertencia, ve junto a sus pies, abrirse a pico uno de esos abismos de deslumbradoras  profundidades, ornadas de brumas, que corresponder con una invitación a la mirada y convidan a echarse al precipicio.

Se irguió, maldiciendo, pálido, lleno de una angustia tácita. Después se sentó sin decir palabra, aplazando para más tarde toda decisión. Su primera palpitación de ternura, de esperanza y de amor inefable, se la habían robado, arrebatado. Y se

la debía a aquel prodigio sin alma de cuya aterradora semejanza había padecido el engaño.

Su corazón estaba confundido, maltrecho y fulminado.

Abarcó con la mirada el cielo y la tierra y volvió con una risa seca y ultrajante, dirigida a lo desconocido, la injuria inmerecida que se había hecho a su espíritu. Aquella risa le repuso en posesión de sí mismo.

Entonces se encendió en el fondo de su inteligencia una idea súbita, más sorprendente que el fenómeno acaecido. Pensó que, en definitiva la mujer representada en aquella misteriosa muñeca puesta a su lado, nunca había guardado en ella algo con qué hacerle gozar un dulce y sublime instante de pasión como el que acababa de pasar.

Quizá nunca hubiera conocido tal deleite si no hubiera existido aquella estupenda máquina de producir ; el ideal. Las palabras dichas por Hadaly habían sido proferidas por la comedianta real sin emoción ni comprensión, como por quien representa un personaje, y he aquí que el personaje, en el fondo del escenario invisible, había aprendido y recordado el papel. La falsa Alicia parecía más natural que la verdadera.

La voz dulce le sacó de sus reflexiones. Hadaly le dijo al oído:

-¿Estás seguro de que no sea yo quien está aquí?

-No -respondió lord Ewald. ¿Quién eres?

FIGURAS EN LA NOCHE

El hombre es un Dios caído que guarda memoria de los cielos.

LAMARTINE

Hadaly se inclinó hacia el joven y le dijo con la voz de la viviente:

-A menudo, en tu viejo castillo, después de una jornada de caza y de fatiga, te has levantado de la mesa, Celian, sin probar la cena y, precedido por los candelabros de los cuales tus ojos fatigados no podían aguantar la claridad, has vuelto a tu alcoba con de oscuridad y de reposo.

Allí, después de dirigir tus pensamientos a Dios, apagabas la luz y dormías. Muchas visiones inquietan· trastornaban tu alma durante el sueño y te despertabas sobresaltado, lívido, mirando a las tinieblas, a tu alrededor.

Formas y fantasmas se te aparecían; a veces, distinguías un rostro que te miraba con fijeza. En seguida buscabas desmentir el testimonio de tus ojos y explicarte aquello que veías. Cuando no lo lograbas, una sombría ansiedad, prolongación del sueño interrumpido, turbaba mortalmente tu espíritu.

Para disipar aquellas sugestiones, encendías una lámpara y con razón reconocías que los rostros, las formas y las miradas no eran más que resultado de un juego de sombras nocturnas, de un reflejo de .nubes en una cortina, del aspecto espectralmente animado de tus vestidos tirados en un mueble, en el principio azaroso y apresurado del sueño.

Sonriendo de tu primera inquietud, apagabas de nuevo y con el corazón satisfecho te volvías a dormir apaciblemente.

-Sí, recuerdo -dijo lord Ewald.

-Era muy razonable -repuso Hadaly-. Sin embargo, olvidabas que la más cierta de todas las realidades es aquella en que estamos perdidos y cuya irremisible sustancia  es, en nosotros, ideal (hablo de lo infinito)- es algo más que razonable. Por el contra rio, tenemos de ella una noción tan débil que, aun comprobando su incondicional necesidad, nuestra razón no la puede concebir más que por un presentimiento, un vértigo o un deseo.

En los instantes en que el espíritu, en trance de media vigilia y a punto de ser rescatado por las gravedades de la razón y los sentidos, está henchido de raro; Y extravagantes ensueños, todo hombre que siente, tiene tramadas por sus actos e. intenciones la carne y la forma de su renacimiento; tiene conciencia de la realidad de otro espacio inexpresable del cual, este en que vivimos no es más que la figura.

Este éter viviente es una ilimitada y libre región donde, por poco que se retrase, el viajero privilegiado ve proyectarse en lo íntimo de su ser temporal, la sombra anticipada de lo que viene a ser. Entonces se establece una afinidad entre su alma y los seres, todavía futuros para él, que pueblan los mundos contiguos al de los sentidos; el camino de relación donde se establece la corriente entre este doble mundo es el dominio verdadero del espíritu, al que la razón llama con desdén lo imaginario.

Por eso la impresión que tu espíritu errante en las fronteras del sueño y de la vida sufrió primeramente y con sobresalto fue cierta y no te engañó. Verdaderamente estaban a tu alrededor aquellos a quienes no se puede nombrar, precursores tan inquietantes que no aparecen de día, sino en el fulgor de un presentimiento, de una coincidencia o de un símbolo.

Cuando, al amparo de esa sustancia infinita que es lo imaginario, se aventuran hasta nuestros limbos y, por una acción recíproca y mediadora, reflejan su presencia, no  dentro de un alma, porque es imposible todavía, pero sobre el alma propicia a su visita, llegan a confundirse con ella.

Hadaly cogió la mano de lord Ewald.

-Entonces se esfuerzan en manifestarse todo lo más aparentemente posible, aunque sea por medio de los terrores de la noche. Se revisten de todas las opacidades ilusorias para reforzar el día de mañana el recuerdo de su pasaje ¿Tienen ojos para mirar? No importa; miran por el engaste de una sortija, por el botón de metal de una lámpara, por un fulgor de estrella en un espejo. ¿Tienen pulmones para hablar? No; pero encarnan en la voz quejumbrosa del viento, en el chasquido de la madera de un mueble añoso, en el golpe de un arma que cae por falta de equilibrio ¿Tienen formas o semblantes visibles? Tampoco; pero se los hacen con los pliegues de una tela, se muestran en la rama poblada de un arbusto, en las líneas de un objeto, y encarnan en las sombras y en todo lo que les rodea, en beneficio de la mayor intensidad, en la sensación que deben dejar de su visita.

Así, el primer movimiento natural del alma es reconocerlos, en el mismo santo terror que los revela.

LUCHA CON EL ANGEL

El Positivismo consiste en olvidar, como inútil, esta incondicional y única verdad: la recta que pasa debajo de nuestra nariz no tiene principio ni fin

ALGUIEN

Después de una pausa, Hadaly, continuó cada vez más impresionante:

-De pronto, la naturaleza actual, alarmada por la proximidad enemiga, corre, brinca y vuelve a tu corazón en virtud de sus derechos formales, todavía no prescritos. Sacude, para aturdirte, los lógicos y sonor